miércoles, 6 de octubre de 2010

10º audiencia, 5 de octubre
Esposado por la espalda lo trasladaron a la Base Naval

Edgardo Gabbín de 57 años relató su periplo de poco más de un año por cárceles y centros clandestinos de detención dependientes de la Marina

La primera detención de Edgardo Gabbín, militante del Peronismo de Base en la localidad de Batán, ocurrió en 1975 durante una fiesta en el barrio San Martín. Todos fueron trasladados al destacamento Peralta Ramos, actual comisaría quinta. Cinco, entre ellos el testigo, fue alojado en la comisaría primera y permaneció 30 días encerrado. La segunda vez fue en enero de 1977. Estuvo casi un año secuestrado en distintos centros clandestinos de detención. Encerrado en la sala de máquinas de un buque amarrado en Puerto Belgrano pensó en quitarse la vida para terminar con el calvario. Ayer, con 57 años, declaró ante el tribunal que juzga los crímenes cometidos en la Base Naval de Mar del Plata durante la última dictadura cívico militar.
A Gabbín le tocó hacer el servicio militar en 1974, pero después de algunos meses decidió darse de baja de manera unilateral y desertó. Continuó con su militancia política hasta en 1977 cuando en un partido de fútbol en la cancha del club Nación, el árbitro del encuentro, un cabo primero de la Armada identificado como José Francisco Bujedo, lo reconoció. Según el testigo, primero lo dejaron encerrado en uno de los vestuarios y una vez que terminó el partido, Bujedo y otro oficial de la Armada, que hacía las veces de juez de línea en el partido, lo llevaron hasta su casa, una pensión ubicada en Colón y 162. Durante el viaje le hicieron algunas preguntas acerca de las actividades que realizaba y demás. Antes de despedirse, los oficiales de la Escuela de Suboficiales de Infantería de Marina (ESIM) le dijeron que al día siguiente lo esperaban en un departamento del barrio San Carlos donde le entregarían el documento en regla que nunca pudo recuperar luego de su deserción de la colimba.
En la dirección indicada lo esperaba Bujedo y otras personas. Le dijeron que estirara las manos y lo esposaron sin explicaciones. El primer destino fue la ESIM. Allí esperó por varias horas dentro del auto, pero no lograron entrar. Esposado por la espalda lo trasladaron a la Base Naval, acostado boca abajo en el piso de la parte trasera del auto.
En la Base Naval, lo esperaban sus carceleros. Uno lo apuntaba con un fusil mientras otro le ponía esposas sofisticadas, denominadas japonesas, que se ajustaban con cada movimiento de manos. “La primera noche la pasé encapuchado y con mucho miedo”, contó Gabbín.
No recordó si era de día o todavía la madrugada cuando lo despertaron a los golpes y con insultos: “comunista…zurdo hijo de puta”. La paliza lo dejó casi inconsciente. Cuando logró despabilarse comenzó el interrogatorio. Le preguntaban por algunos compañeros de militancia. Siempre eran los mismos nombres: “La Gallega, Perico, Cabezón y otro de apellido Ruiz”.
En una oportunidad recordó que dentro de la Base fue trasladado a una oficina cercana al Club Náutico. Allí sintió el mar y gente que se divertía como si estuviera en la playa. Calculó que estaba a unos 500 metros de su calabozo. Por la ventana de esa oficina vio dos autos Ford Falcon del cual bajaban a detenidos y los metían en una casita tipo alpino. Una era una chica que rengueaba y el otro un muchacho.
En la Base Naval tuvo que soportar cuatro interrogatorios bajo tortura. Después de la última golpiza lo dejaron desnudo durante 20 días. Sólo comía pan y mate cocido. Gabbín recordó que al carcelero que le alcanzaba la comida le decían “Judío”. Fue quien le comentó que a los que trasladaban Buenos Aires los mataban. Antes de ser trasladado lo visitó un cura a quien le dijo que Dios lo había abandonado. Días más tarde, sólo recibió una Biblia.
Un día lo mandaron a bañarse y lo afeitaron le pusieron ropa y le dijeron que lo trasladarían en helicóptero, pero terminó a bordo de un Ami 8 rojo rumbo a Buenos Aires, a la dependencia de la policía naval situada en Antártida Argentina 643. Allí le comunicaron que estaba a disposición del Poder Ejecutivo Nacional.
El encierro era insoportable y en el pabellón junto a otros detenidos estaban todo el tiempo bajo los efectos de drogas.
No podía soportarlo más. Decidió que se tenía que ir y la única manera era llegar hasta el hospital naval y de allí fugar. No lo dudó, y dejó caer todo el peso de una cucheta triple de hierro sobre uno de sus pies. La fractura de dos dedos lo llevó hasta el hospital, pero un pie encadenado a la cama le frustró la mentada fuga. Cuando lo llevaron nuevamente a la cárcel, no lo recibieron y pasó una noche en el edificio Libertad, sede del Estado Mayor de la Armada.
Sus captores resolvieron mandarlo a Mar del Plata. Custodiado todo el tiempo por dos militares, pasó 30 días en su casa junto a su mujer. Allí supo que ella le contestaba las cartas que le enviaba desde la cárcel naval, pero siempre volvían rechazadas. Supo que su situación seguía siendo de total clandestinidad.

Volvió a Buenos Aires junto con sus custodios y comenzó otra odisea. Su nuevo destino asignado como prisionero era Bahía Blanca. En Puerto Belgrano permaneció encerrado en la sala de máquinas de un buque “San Martín” anclado mar adentro, lleno de ratas y mugre. Allí pensó en tirar la toalla, el suicidio se transformó en una posibilidad para terminar con el sufrimiento. Sus captores le decían que había otra persona en el barco, pero nunca la vio.
Con el tiempo, -recordó Gabbín-, las condiciones de encierro se flexibilizaron y el último tramo de su detención lo pasó en tierra firme. Se hicieron más frecuentes las salidas transitorias y un día lo dejaron en libertad.
El 17 de febrero de 1978, antes de irse de Puerto Belgrano, su carcelero le entregó el documento que había ido a buscar aquel lunes de enero, del año anterior, a la casa del cabo primero Bujedo.
“En la Terminal de Mar del Plata –contó el testigo-, me esperaba el comité de bienvenida. Bujedo junto a otras personas. Me dijo que no apareciera nunca más por Batán y que me iban a tener vigilado”.
En plena democracia, la Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (DIPBA) tuvo a Gabbín en sus archivos. Un informe de 1987 lo sindicaba, todavía, como un delincuente subversivo.
De José Bujedo, Gabbín supo que fue vicepresidente de la sociedad de fomento del barrio San Carlos y que continúo con su oficio de arbitro de fútbol. En 2007 dos días antes que el testigo tuviera que declarar en las audiencias por el Juicio de la Verdad, recibió casualmente una invitación firmada entre otras personas por Bujedo por la cual lo invitaban a una charla de fomentistas.

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