miércoles, 6 de octubre de 2010

11º audiencia, 6 de octubre

En la Base había detenidos

Una ex detenida desaparecida y un ex médico de la Armada fueron los dos testigos que declararon ayer en la undécima audiencia en el juicio a tres ex militares acusados de crímenes de lesa humanidad cometidos en el centro clandestino de detención que funcionó en la Base Naval local durante la última dictadura cívico militar.


El médico de la Armada retirado, Roberto Guillermo Sosa Amaya tiene 75 años y ayer frente al tribunal oral federal 1 (TOF 1) relató sus casi tres años en la Base Naval local como jefe de sanidad.
La primera vez que el médico estuvo en la Base Naval fue en 1973 cuando realizó una especialización en medicina hiperbárica. Luego volvió a su destino de origen y uno año después regresó como jefe de sanidad. Allí estuvo desde 1974 hasta enero de 1977.
Sosa Amaya estaba a cargo del pequeño hospital emplazado en la Base Naval. Allí se realizaban todos los controles médicos se realizaban controles médicos y se atendían las afecciones que tuvieran suboficiales y oficiales.
El día del golpe de Estado, el 24 de marzo de 1976, el testigo contó que “esa noche” hubo un gran movimiento de militares no sólo de la Armada sino también policías y miembros del Ejército. Uno de los médicos que trabajaba con él, Julio Carrilaf comenzó a trabajar con los grupos de tareas que se encargaban de los secuestros. Incluso contó que una vez trajo a una chica herida, estaba enyesada y la alojó en una de las habitaciones de sanidad. Sólo Carrilaf y otro oficial tenían la llave de la habitación.
Por su rango y función, Sosa Amaya participaba de las reuniones con las máximas autoridades. En un encuentro en la Base Puerto Belgrano donde había ido con otros oficiales de la base local, contó que el Almirante Mendia les habló de la lucha que comenzaba a partir del 24 de marzo y también les dijo que la lucha sería muy dura. Luego los llevaron al cine de la Base donde les proyectaron la “Batalla de Argelia”, la película del director Gillo Pontecorvo donde se muestra las detenciones torturas y asesinatos del ejército de ocupación francés en Argelia. Una forma de mostrar con imágenes lo que las fuerzas armadas hacían desde el 24 de marzo de 1976.
En otra reunión con las mismas características, pero esta vez en la Base Naval local, también fueron instruidos acerca de las “organizaciones subversivas”. El testigo recordó, que un infante de marina, les gráfico y explicó como era el organigrama de cada organización y cómo funcionaban.
Sosa Amaya aseguró que en la Base había detenidos porque le tocaba hacer guardias y en esa tarea tenía que controlar que los secuestrados hayan comido. Cree que había entre 15 y 20 detenidos y que se iban renovando. Según el testigo estaban en una obra en construcción detrás del edifico de Buzos Tácticos en la parte posterior de la Base Naval.
En un principio creyó el argumento de sus superiores cuando le decían que los detenidos trasladados eran llevados hasta un lugar donde hubiese un tribunal federal. Luego comenzó a sospechar que eso era mentira. Y supo que los traslados implicaban la eliminación física de los prisioneros. Cuando el fiscal Daniel Adler le preguntó si sabía que los detenidos eran interrogados bajo tortura dijo que no le constaba. Incluso se atrevió asegurar que eso no ocurría porque consideraba que “en ninguno de los bandos ni Montoneros ni los oficiales existía la crueldad”.
Sosa Amaya recordó, también que antes del golpe de Estado, el almirante Emilio Massera visitó la Base y en una reunión manifestó los problemas que tenía con el entonces ministro de Bienestar Social y jefe de la Triple A, López Rega.
Con respecto a los imputados, el capitán de navío Justo Ignacio Ortiz y el contralmirante Roberto Pertusio dijo que los conocía porque eran sus superiores en la Base y que Ortiz fue subjefe de la Base Naval durante el tiempo que él cumplió funciones allí.
A fines de 1976, Sosa Amaya pidió el traslado porque sentía que ese ya no era su lugar. Su decisión, contó el testigo, coincidió con el momento en que supo que los traslados de los prisioneros suponían la eliminación física.


“Estaba libre pero seguía presa”

Cuando Gladis Garmendia fue secuestrada por una patota de la Base Naval tenía 18 años y hasta el 18 de julio había sido responsable de un grupo universitario en el Partido Socialista de los Trabajadores (PTS).

El primer secuestro ocurrió el 19 de octubre a la madrugada. Un grupo de cuatro personas vestidas de oscuro con borceguíes arriba del pantalón, entró a la casa de sus padres y se llevaron a ella y a su hermana. Las llevaron a un lugar donde las tuvieron el resto de la noche, encapuchado y atado de manos. Al día siguiente las largaron.
A la semana, la misma patota volvió a la casa de Moreno al 4000. Esta vez se llevaron sólo a Gladis. Pasó 35 días secuestrada en la Base Naval y ayer declaró ante el TOF 1.
Garmendia contó que los militares que la secuestraron no creían que ella había abandonado la militancia. Pensaban que había pasado del PTS al ERP, tenían la idea de que los militantes del PTS en algún momento pasaban a la lucha armada.
Encapuchada llegó a la Base Naval y la mayoría de los días los pasó sentada en una silla de playa en un lugar grande con otras personas en iguales condiciones. Algunas de ellas eran compañeros de militancia. Los reconoció por sus quejidos y llanto.
La testigo contó que para interrogarla la sacaban de esa habitación y le hacían bajar una escalera. En un cuarto chiquito la sentaban en una camilla y entre pregunta y pregunta la zamarreaban.
Recordó que una oportunidad fue manoseada por sus captores y que luego la llevaron a una celda individual donde un hombre que le decían el “Capellán” continuó con los vejámenes. También recordó que uno de los miembros de la patota le decían “Cachorro” y que decía que él la iba a ayudar. Luego se dio cuenta que buscaba otra cosa. Incluso una vez liberada, “Cachorro” siguió visitándola e invitándola a viajar.
Garmendia supo que estaba en la Base Naval porque cuando se bañaba podía ver por una mirilla al exterior y desde allí veía los silos del puerto. Cierta vez la sacaron en un auto para que viera un operativo de secuestro. En pleno centro de la ciudad, en San Luis y San martín, desde el interior de un auto vio como secuestraban tres compañeros del PST: Gustavo Stati, Javier Martínez y su novia, de nombre Elena. Los tres continúan desaparecidos.
Un día Gladis fue sacada de la celda y le dijeron que la iban a liberar. Un hombre le dijo que se olvidara de la política que se casara y tuviera muchos hijitos. “De lo contrario no iba a contar el cuento”.
Durante varios meses, Garmedia recibió la visita de “Cachorro” y tuvo que acudir a lugares que sus captores le indicaban. “Estaba libre pero seguía presa”, contó. Tuvo mucho miedo por muchos años. Un día de 1995, la hermana de Elena la ubicó y le pidió que declarara en la causa por la desaparición de su hermana porque ella había sido testigo del secuestro. El miedo la paralizó y dijo que no. En 2008 venció el miedo y declaró ante el juez de instrucción de la causa. Ayer lo hizo ante el tribunal oral y saldó aquella deuda con Elena y otra tanta gente

Por Federico Desántolo.

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