martes, 19 de octubre de 2010

audiencia Nº 14, dia martes 19 de octubre

"Lo iban a recuperar para la sociedad"

Enrique Sánchez, Osvaldo Durán y Carlos Mujica compartieron el mismo periplo: fueron secuestrados alojados y torturados en la Base Naval. Previo paso por el CCD "El Faro", Escuela de Suboficiales de Infanteria de Marina. Luego liberados sin muchas explicaciones. Ayer, declararon en el juicio oral a tres militares acusados de delitos de lesa humanidad cometidos en la Base Naval local durante la última dictadura cívico militar.
El primero en sentarse frente al tribunal fue Enrique René Sánchez, 57 años y empleado de la construcción. Una conjuntivitis lo obliga a usar anteojos negros, pero decide quitárselos para la ocasión. “Si me molesta mucho la luz me vuelvo a poner”, aclara. Los jueces asienten. Sánchez sigue con la boca el micrófono que se mueve para cualquier lado y empieza a su relato por el principio: el día de su secuestro. Ocurrió el 16 de agosto de 1976. Por ese entonces trabajaba en la construcción de la unidad penal XV de Batán. Pero ese día se sentía mal y decidió no ir. Cerca de las ocho de la mañana golpearon la puerta de la casa en la calle 12 de Octubre. Un grupo de hombres con sus rostros tapados y armados ingresaron a la casa. Uno, que no tenía pasamontañas le dijo que eran de Coordinación Federal y que lo llevaban para tomarle declaración.
Tirado en la parte trasera de un auto con la cabeza tapada y las manos atadas, Sánchez fue llevado a la Base Naval. En la puerta de la repartición militar, le pusieron un pasamontañas y una capucha arriba. Lo dejaron tirado en el piso en un salón grande y le dijeron que a la noche lo iban a buscar para hacerle algunas preguntas. Supo que no estaba solo es ese lugar porque escuchaba toser a otras personas.
La primera noche en la Base Naval sufrió el primer interrogatorio bajo tortura. Desnudo lo ataron en una camilla y le preguntaban por algunas personas a las cuales no conocía. Luego le mostraron fotos de rostros que tampoco conocía. Después vino la primera sesión de picana eléctrica. Para que parara la tortura tenía que levantarla mano y hablar. Los torturadores hacían una pausa y volvían a empezar. El primer interrogatorio duró una hora. Lo mismo ocurrió durante otras tres noches más.
Durante un mes estuvo en la Base Naval. Supo que era ese lugar porque para bañarse lo llevaban a un baño ubicado en una playa. Lo hacían caminar por la arena. También descubrió que los utensilios que usaban para comer tenían una inscripción que decía Armada Argentina.
Sánchez cree que en el salón había cerca de quince personas y que un día empezaron a decir sus nombres para ver si se conocían. Así supo que Liliana Iorio estaba detenida con él. Cuando le tocó el turno de presentarse recibió un pisotón y varios golpes.
Un día lo subieron a un camión y le dijeron que lo trasladaban a un lugar donde “lo iban a recuperar para la sociedad”. Así llegó al ESIM. Allí el trato cambió. Los detenidos estaban sentados frente a una mesa alta y podían hablar entre ellos. Los carceleros les habían puesto sobrenombres. Conoció a Alejandro Sánchez que le decían “Pajarito”; a Carlos Mujica, a quien le habían puesto “El Zorba” y Alberto Cortés, alías “Gardelito”. A Sánchez le decían “Santiaguito”.
Hasta fines de diciembre, el testigo, estuvo en el ESIM y luego volvió a la Base Naval. Esta vez lo alojaron el un calabozo individual. Ya no lo torturaban. El 27 de diciembre un hombre de uniforme azul e dio el documento y le dijo que se iba. A los pocos minutos estaba en la parte trasera de un auto. La última orden de sus captores fue que caminara con la campera en la cabeza y sin mirar para atrás.
Su madre le contó que lo buscó. Con la ayuda de un abogado de apellido Cavallo presentó un habeas corpus. Luego, esa misma persona la llevó a entrevistarse con un oficial de la Armada de apellido Vega, quien le confirmó que su hijo estaba en la Base Naval pero que “no se podía hacer nada”.
Tiempo después la esposa de Sánchez supo que el oficial Vega vivía al lado de la casa donde ella trabajaba. Cuando lo vio lo reconoció, era el hombre que había dirigido el secuestro de su marido.
Sánchez sigue trabajando en la construcción y ayer contó que hizo muchos esfuerzos para tratar de olvidarse todo lo que había vivido. En ese proceso tardó 10 años en darse cuenta que la tortura con picana y los golpes le habían provocado la pérdida de la audición de un oído.



Osvaldo Durán tiene una voz potente y ayer se encargó que cada palabra sonara clara y decidida. Contó que fue secuestrado el 16 de octubre de 1976. Su periplo no fue muy diferente al de Sánchez. Llegó a la Base Naval de noche y luego de una vuelta con la que sus secuestradores pretendían despistarlo. Siempre supo que estaba en al Base Naval. Su padre era suboficial de la Armada, submarinista y desde el primer año de vida visitaba ese lugar. Conocía ruido, olores y silencios.
Esa misma noche fue interrogado bajo tortura. Sentado en una silla con las manos atadas a la espalda escuchó una voz que le dijo: “En esa silla donde vos estás hubo muchos oficiales montoneros. Ellos colaboraron y ahora están fuera del país. Así que colaborá”. Durán aclara que nunca militó. Que solo fue simpatizante de la JP.
Las primeras preguntas de los interrogadores fueron: ¿Dónde tenés el embute?; ¿Quienes eran los simpatizantes de la JP y Montoneros en el Universidad? y ¿quién era mi responsable político? Durán les dijo que no sabía que era un embute, que no tenía responsable político porque no militaba y que no sabía que hubiese simpatizantes de Montoneros en la Universidad. Los golpes no se hicieron esperar y después sobrevino una sesión de picana. El primer interrogatorio lo terminó con una fuerte taquicardia. En el salón donde lo dejaron cree que había entre cinco y nueve personas que pudo diferenciar por el ruido de cada una al toser.
El segundo interrogatorio tuvo las mismas preguntas con sus mismas respuestas y una paliza que lo dejó al borde de la inconciencia. Después de varios días sentía que el encierro lo afectaba psicológicamente y decidió hacer algo para que lo liberaran o para que lo mataran. Fingió desmayos. Gritaba al guardia y se arrojaba contra la puerta de la celda. El médico le daba una pastilla y se dormía. Lo hizo así tres veces hasta que el 28 de diciembre lo despertaron en silencio y le dijeron que se vistiera porque se iba. Lo dejaron en Jujuy y Rawson, caminó hasta Independencia y de allí, un taxi hasta su casa.

Retegui y Frigerio estaban en la Base


Carlos Alberto Mujica llegó a la Base Naval el 23 de septiembre de 1976 y al igual que Sánchez pasó uno tiempo en la ESIM y luego volvió a la Base para ser liberado. En l salón grande donde había otros presos reconoció la voz de un viejo amigo que pedía un médico. Era Alberto A ‘Dubas. A los pocas horas de su llegada fue sometido a torturas con picana eléctrica y golpes. Le preguntaban por sus viejos amigos de la Juventud Universitaria Peronista (JUP) pero él estaba descolgado porque había dejado de militar hacía un tiempo ya.
En una de las sesiones de tortura lo hicieron sentar y mirar a una cortina que tenía un hueco. Detrás de la cortina reconoció a Liliana Retegui que lo miraba. Era una estudiante que conocía de la facultad de Turismo y porque había sido la novia de un amigo de él. Dos de los tres imputados, el capitán de navío Justo Ortiz y el contralmirante Roberto Pertusio, son juzgados por la desaparición de Retegui. El testimonio de Mujica confirma que estuvo en la Base Naval.
Después de unos meses fue llevado al ESIM. Allí compartió cautiverio con Sánchez, con una chica que se llamaba Julia Barber que había sido secuestrada junto a su pareja, un chico de Loberia.
Cuando volvió a la Base Naval lo depositaron en una celda individual. Allí recibió la visita de Rosa Ana Frigerio, una compañera de la facultad de Agronomía que había tenido un accidente que la había dejado al borde de la invalides. Cuando fue secuestrada estaba enyesada. Se sorprendió al ver que caminaba sin problemas. Ella estaba sin capucha y en el encuentro el se emocionó. Frigerio le dijo: “Quedate tranquilo Charly a vos no te va a pasar nada”.El 29 de diciembre, Carlos Mujica fue liberado. Retegui continúa desaparecida. Rosa Ana Frigerio fue asesinada pero los militares simularon un enfrentamiento para ocultar la muerte sumarial


Por Federico Desántolo.
Audiencia 13º, día lunes 18 de octubre


A pocos metros de la jefatura, había detenidos


El periodista Luis María Muñoz declaró ayer en una nueva audiencia del juicio por la causa Base Naval 1. Mientras hizo el servicio militar vio detenidos desaparecidos y reconoció al ex capitán de navío Justo Ortiz como a uno de los jefes en aquella época.

Una de las tantas veces que vio al entonces capitán de corbeta Justo Ignacio Ortiz fue en el edificio principal de la Base naval Mar del Plata y a pocas horas del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. El testigo recordó que Ortiz dijo a otros oficiales: “Los primeros pasos se dieron bien”. El periodista Luis María Muñoz declaró ayer en el juicio que se les sigue a tres militares acusados de crímenes de lesa humanidad cometidos en la Base Naval durante la última dictadura cívico militar.
Muñoz ingresó a la Marina para hacer el servicio militar obligatorio. En febrero de 1975 pasó la etapa de reclutamiento en Puerto Belgrano y luego fue trasladado a la Base Naval Mar del Plata. Hijo de periodista y familiarizado con la máquina de escribir fue nombrado furriel y tomado como secretario por un capitán de apellido Martínez. Hasta junio de 1975 realizó trabajos de oficina. Allí vio por primera vez a Justo Ignacio Ortiz por aquel entonces jefe de operaciones de la Base Naval y ahora imputado en este juicio junto a su camarada de armas, el contralmirante Roberto Pertusio y al general de brigada del Ejército, Alfredo Arrillaga.
Desde junio del ’75 hasta el golpe de estado de marzo de 1976, Muñoz fue asignado a la oficina de reclutamiento que la Armada tenía en pleno centro de la ciudad, en la calle Irigoyen. Hacía horario de oficina y dormía en su casa. La madrugada del 24 de marzo lo llamaron por teléfono y le dijeron que se tenía que presentar en la Base Naval. Allí fue con su uniforme blanco. En el camino vio que todo había cambiado. Los accesos al puerto estaban cerrados y todo el mundo vestía ropa de combate. Dentro de la base había un gran movimiento de tropa. Incluso camiones de las empresas de servicios del Estado eran utilizados para transportar a los conscriptos a distintas localidades de la costa.
Muñoz recordó frente al tribunal compuesto por los jueces Nelson Jarazo, Alejandro Esmoris y Jorge Michelli, que no tenía compañía porque no cumplía funciones dentro de la Base, así que se ubicó en el sector de calderas. Allí hacía las guardias y también dormía.
El mismo 24 de marzo, Muñoz fue provisto de casco y fusil. Su misión fue ir a secuestrar los equipos de transmisión de la radio LU9 que funcionaba en la Casa del Puente. Aparentemente fue una venganza del Almirante Massera contra el dueño de la radio.
Al no tener una tarea asignada más que la guardia, el testigo contó que deambulaba por la Base Naval y que la primera semana después del golpe vio a los primeros detenidos desaparecidos. Estaban en un pasillo, tirados boca abajo y con las manos atadas a la espalda. “Yo estaba limpiando y cuando un suboficial me vio me dijo que me fuera y no volviera a entrar. Después pusieron un cartel con letras rojas que decía zona restringida”, recordó el periodista de El Atlántico.
En un extremo del pasillo donde estaban los detenidos, se ubicaban las oficinas de las autoridades de la Base Naval. Muñoz dibujó en un pizarrón la distribución de las oficinas dentro del edificio principal. Señaló donde estaban las personas encapuchadas y maniatas y, también la ubicación de los despachos de los oficiales. Ante una pregunta del fiscal Daniel Adler, el testigo respondió: “Los detenidos estaban a menos de cinco metros de las oficinas de los jefes de la Base”. Muñoz dejó claro que nadie podía desconocer la presencia de detenidos desaparecido en la Base Naval.
Durante esa primera semana, Muñoz recordó que una madrugada lo fueron a buscar al sector de calderas, le dieron un fusil y le dijeron que esperara un camión que llegaría con “prisioneros”. Entre los detenidos había tres mujeres, una de ellas con un bebé en brazos. El testigo también recordó que había una nena en camisón que luego fue llevada junto con una de estas mujeres. “Los hombres estaban en calzoncillos o pijamas y con las manos atadas y encapuchados”, aseguró.
En otra oportunidad lo mandaron a la enfermería a vigilar a un detenido que estaba herido. Tenía los ojos vendados y una herida en la zona del abdomen. Según Muñoz el hombre dijo que tenía frío y él lo tapó con una manta. Después supo que ese joven morocho de pelo muy cortito había sido sacado del Hospital Inter-zonal luego de una operación y sin consentimiento de los médicos.
También contó que cuando estaba en la caldera venían siempre las mismas personas, un grupo de buzos tácticos, que cada vez que llegaban de un operativo le pedían que prendiera la caldera para poder bañarse. El jefe de ese grupo era un oficial al que llamaban “Montgomery”. Muñoz lo recordó morocho, de estatura media y con la cara arrugada. Característica identificatoria: “siempre llevaba una ametralladora Uzi”
El fiscal Adler le preguntó si la persona que estaba sentada a su derecha detrás del abogado defensor era Justo Ortiz. Muñoz lo miró de arriba abajo y a pesar de verlo muy cambiado, lo reconoció. Dijo haberlo visto muchas veces. Cunado el testigo era secretario del capitán Martínez iba a su oficina seguido. Después del golpe de Estado recordó que lo vio junto a otros oficiales y lo escucho decir: “los primeros pasos se dieron bien”.

Fuerzas conjuntas

Américo Marochi tiene 81 años y una memoria prodigiosa. Fue oficial de la Fuerza Aérea, docente y director de una escuela técnica en la ciudad de Tandil. Ayer se tomó su tiempo para tomar asiento frente al tribunal. Acomodó un portarretrato pequeño con la foto de su hijo Omar Alejandro secuestrado y desaparecido en la última dictadura. En otra porción de la pequeña mesa ubicó la carpeta en la que guarda toda la documentación vinculada a la desaparición de su hijo Omar Alejandro. Una foto de su mujer, fallecida en 2008 también lo acompaña en su declaración.
El detallado testimonio de Marochi dio cuenta de cómo actuaban las tres fuerzas durante la represión tras el golpe de Estado de marzo de 1976.
Omar Alejandro el hijo menor de Mariocchi fue secuestrado junto a su compañera Susana Valor, el 18 de septiembre del ’76. El grupo de tareas lo esperó dentro del departamento de Alejandro Korn 953. Según los vecinos, el secuestro ocurrió cerca de las 18.30. A Susana Valor la esposaron pero a Omar no. Los subieron a un Ford falcon bordó y se los llevaron. Américo y su mujer se enteraron tres días después cuando llegaron desde Tandil, lo que había pasado. Lo primero que hizo fue hacer la denuncia en la comisaría tercera y luego comenzó a ver a sus ex compañeros de la Fuerza Aérea. El 22 de septiembre se entrevistó con el jefe de la Base Aérea local, el brigadier Alejandro Agustoni. De la reunión también participó el jefe de Inteligencia de la repartición, el oficial José Alcides Cerruti.
Marochi le contó lo ocurrido y Cerruti interrumpió para preguntar con quien estaba Omar cuando se lo llevaron. Al escuchar el nombre de Susana Valor, el oficial se pudo muy nervioso y dijo que se tenía que retirar. Le habló al oído a Agustoni y se fue.
Cuando Omar vivía con sus padres en Tandil militaba en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES). Susana habría sido un cuadro importante de la JP y presa preciada por la dictadura.
El 23 de septiembre el testigo y su mujer volvieron al departamento de su hijo para llevarse las cosas, pero el grupo de tareas de Marina les había ganado de mano. Se habían llevado todo. Una vecina les contó que se repartían la ropa de Omar. La misma vecina dijo que fueron los mismos que se habían llevado a Omar.
Los Marochi iniciaron un derrotero interminable en busca de su hijo. Cerruti los mandó hablar con el teniente Julio Cesar Falcke, jefe de Inteligencia de la Base Naval. El oficial recibió al matrimonio y le mostró fotos de detenidos muertos a Américo, pero el hombre no encontró allí a su hijo ni a su nuera.
Muchas veces se entrevistaron con Cerruti. El oficial de la Fuerza Aérea solo hablaba con Américo porque la mujer se ponía muy nerviosa. En una oportunidad le dijo que su hijo iba a volver en seis meses o un año y que si algún día cambiaba la situación Cerruti negaría todo lo hablado. Le aclaró que sería palabra contra palabra.
Las dirigencias por encontrar a Omar incluyeron entrevistas con el jefe de la subzona XV, el teniente coronel Pedro Barda. En cierta oportunidad mientras esperaban una reunión vieron salir de la oficina de Barda a Falcke. El jefe de inteligencia de la Marina estaba reunido con el máximo responsable de la represión en toda la zona.
La mamá de Omar no dudó en viajar a Uruguay cuando escuchó por radio que habían aparecido dos argentinos y uno era su hijo. Nunca nadie le pudo explicar porque habían dicho eso en la radio.
Américo llegó a escribir dos cartas: una para el dictador Videla, en aquel entonces presidente de la Argentina y para el brigadier Agosti, que integraba la junta de comandantes. Las dos respuestas fueron negativas. Ejército y Fuerza Aérea negaron haber secuestrado a Omar y Susana.
Desde la Base Naval llegó una contestación a una carta. Fechada el 10 de noviembre del 76. El jefe de la Base Naval, contralmirante Juan Carlos Malugani reconocía que su gente se había llevado todas las pertenencias del departamento porque era un operativo de rutina contra la subversión, pero negó haber secuestrado a Omar y Susana. La pareja continúa desaparecida.

La Base, el ESIM y Puerto Belgrano

Alberto Jorge Pellegrini nunca pudo terminar la carrera de Derecho, a pesar de haber presentado un documento firmado por el jefe de la Subzona de seguridad militar XV, Pedro Barda en la cual no desvinculaban con cualquier “actividad subversiva”, las autoridades universitarias no lo dejaron retomar sus estudios.
Pellegrini tiene ahora 54 años y es empleado público. En agosto de 1976 cuando permaneció más de cuatro meses detenido, tenía 19. Estudiaba Derecho y tenía un pequeño taller textil.
En la casa donde montaba su taller había decidido albergar a una pareja con su hijo de 8 meses porque eran perseguidos por la represión. El 1 de agosto una patota de la Marina secuestra a la pareja en la casa de San Luis al 3000. Carlos Alberto Oliva y su mujer Susana Martinelli son llevados a la Base Naval. la pequeña Mariana de 8 meses fue dejada en una tintorería de San Luis y Avellaneda.
Al momento del allanamiento, Pellegrini llega a la casa pero al ver lo que ocurría pasa de largo, abandona su auto y se toma un taxi. Luego de advertirle a su esposa lo ocurrido se refugia en al casa de un amigo. Allí se entera que la casa de su padre también fue allanada y que le piden que se entregue en la Base Naval.
El 5 de agosto, Pellegrini es llevado por su padre y dejado en la Base Naval. Allí es encapuchado y alojado en una habitación con otros detenidos entre ellos, Oliva y Martinelli. Ayer frente al tribunal aseguró que nunca fue torturado pero recordó que a Oliva le decían todas las noches: “vamos correntino” y al rato lo traían y nos decían no le den agua. Lo habían sometido a picana eléctrica.
El testigo contó que permaneció varios días en la Escuela de Suboficiales de Infantería de Marina (ESIM) en el faro. Allí las condiciones de detención eran mucho más estrictas. Los obligaban estar todo el tiempo sentados y así tuvo una afección en las piernas.
Luego hasta el final de su cautiverio estuvo en un camarote de un barco en Puerto Belgrano. Allí convivió con otras 15 personas, entre las que había algunas mujeres y con ratas que le comían la comida.
El 28 de diciembre fue puesto en libertad junto a otro detenido que le decían “El viejo”, un imprentero de Mar del Plata que había sido detenido por haber impreso volantes de Montoneros. “El hombre terminó muy deprimido, no podía creer que la Armada argentina le haya hecho lo que le hizo. Al poco tiempo murió”, recordó Pellegrini.Los cuerpos de Oliva y Martinelli aparecieron acribillados en Bahía Blanca. Pellegrini cree que en aquel vuelo que los llevó a puerto Belgrano viajaron juntos. La pequeña Mariana hoy vive en Paso de los Libres, la ciudad de origen de sus padres. Aquel día, una tía de Oliva fue a buscarla a tintorería donde los militares la habían dejado tras llevarse a sus padres
Por Federico Desántolo

martes, 12 de octubre de 2010

proximas audiencias lunes 18 a las 11hs y martes 19.



Audiencia 12º, dia 12 de octubre.
Historias distintas de un mismo lugar





Dos de los tres testigos que declararon ayer en una nueva audiencia por el juicio que se les sigue a tres militares por crímenes de lesa humanidad durante la última dictadura cívico, contaron su vivencias en la Base Naval local: uno realizó la conscripción en esa repartición militar, el otro fue detenido desaparecido en el centro clandestino (CCD) de detención que allí funcionaba.
Pablo Lerner, psicólogo de 61 años, contó que fue torturado y que esa tortura le dejó una parálisis en uno de sus brazos que le duró cien días. Miguel Ángel Mittidieri, abogado de 60 años, dijo que vio a personas en paños menores y con las manos atadas debajo de un pino en la Base Naval, la noche del 24 de marzo de 1976. Los llamó “demorados”.
Lerner viajó desde Buenos Aires para declarar ayer en el juicio oral y publico por la causa “Base Naval 1”. Desde que en 1978 fue liberado de la Unidad Penal 9 de La Plata, último destino de su periplo como preso político, vive en esa ciudad donde terminó sus estudios y ejerce su profesión de psicólogo.

A principios de 1974 Pablo Lerner tenía 24 años y decidió dar por finalizada su militancia en la Juventud Peronista (JP) por diferencias insalvables con la organización. Un año más tarde, a mediados de 1975 fue detenido por agentes de la Policía Federal. En la seccional ubicada a pocos metros de la ex Terminal, mantuvo una charla con un oficial que dijo ser abogado y que quería saber en qué andaba Lerner. Incluso le contó que él también era peronista y le contó sus desacuerdos con lo que pasaba en el país. Luego fue liberado.
Nunca más tuvo noticias de aquel policía y de su detención hasta el 28 de mayo de 1976. Esa madrugada, un grupo de militares llegaron en dos camiones hasta su casa ubicada en Maipú al 3400. Cuando salió a la puerta le ataron las manos, lo encapucharon y lo subieron a uno de los camiones. Su madre preguntó a uno de los secuestradores a donde llevaban a su hijo. Le contestaron que a la Base Naval y que si estaba implicado en algo lo alojarían en una cárcel.
Lerner pasó los primeros 15 días de su detención en el polígono de tiro de la Base Naval. Allí estaba solo y en ciertas ocasiones los carceleros le dejaban quitarse la capucha. Fueron algunos conscriptos que tenían que cuidarlo, quienes le dijeron que estaba en la Base Naval. Otros le contaron que habían tenido que ir a Miramar a realizar operativos de secuestro y que habían visto violar a mujeres.
El sexto día de detención, Lerner fue sacado de su lugar de encierro y fue llevado para ser interrogado. Había un interrogador “bueno” con el que hablaba de política, le convidaba cigarrillos y le advertía acerca del interrogador “malo”.
El “malo” lo subió a un auto y le hizo dar unas vueltas para despistarlo. Lerner aseguró ayer que se dio cuenta que el vehículo nunca salió de la Base Naval. Fue sometido a una sesión de tortura con picana eléctrica. Le preguntaron por su actividad política; dónde estaban la imprenta y las armas y si había matado al coronel Reyes. En un momento Lerner pensó que se estaban burlando de él y les dijo que si que había matado al ex jefe del GADA 601. Contó que había varias personas en la sesión de torturas y que una de ellas era un médico porque sintió un estetoscopio en el pecho. La tortura le dejo una parálisis en el brazo derecho que le duró cerca de 100 días.
Después de los primeros quince días de secuestrado, Lerner fue alojado en el sector de calabozos donde había otros detenidos. Recordó a tres detenidos que luego fueron trasladados a la UP 9 con él. Recordó a Luna, Álvarez, Pablovsky, Musmeci y Celentano. Allí, en una oportunidad recibió la visita de un capellán de apellido Sosa, que lo escuchó de muy mala gana. Lo único que le dijo es que se encomendar a la Virgen.
Un médico atendió el brazo de Lerner, le contó que estaba muy mal con todo lo que pasaba. Criticó a los torturados y le contó que una vez lo obligaron a revivir a un detenido para poder seguir torturándolo. El testigo siempre desconfiaba de esas versiones. El mismo hombre le dijo que lo iban a trasladar a una cárcel junto con sus compañeros de cautiverio y que iba a estar dos años preso. Finalmente el pronóstico del médico se cumplió.
Otro oficial que cuidaba de los detenidos, le contó que ellos, los “oficiales asimilados a la marina” cuidaban a los perejiles y que los “oficiales comando” vigilaban a los “gatilleros” –militantes vinculados a organizaciones armadas- que estaban en el edificio de buzos tácticos.
Lerner mostró ante el tribunal un documento que le firmó el oficial David Guyot, abogado de la Base Naval. El testigo contó que por su secuestro había quedado cesante de sus funciones como empleado municipal y que su madre se acercó a la Base Naval para saber si alguien podía firmarle un documento para que pudiera cobrar el sueldo de su hijo. Guyot firmó sin saber tal vez que 34 años después, ese documento sería la prueba de que Lerner estuvo detenido en la Base Naval.
En septiembre, el testigo y sus compañeros de cautiverio fueron llevados hasta el GADA 601. De allí fueron trasladados a la Base Aérea y por último, a bordo de un avión Hércules, llegaron a La Plata. Hasta mediados del 78 estuvo detenido a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. Luego su liberación, Lerner se fue de la ciudad.

El conscripto


Antes de empezar su declaración, Miguel Ángel Mittidieri le dijo al tribunal que conocía a uno de los imputados. El capitán de navío Justo Ignacio Ortiz, había sido el subjefe de la Base Naval local mientras el testigo realizó el servicio militar. El actual abogado de 60 años cumplía funciones en la división comunicaciones como operador de radio y teletipo cuando le tocó hacer la colimba en la Base Naval, desde mediados de 1975 hasta mayo del 76. Su oficina estaba en el cuarto pido del edificio principal de la Base Naval. Como estudiante de Derecho, su horario dentro de la repartición militar era desde las 6.30 hasta las 12.30. Luego concurría a la Universidad Católica para cursar. Así fue hasta que finalmente se recibió.
El 24 de marzo de 1976, Mittidieri tuvo que dormir en la base porque se había ordenado el acuartelamiento. Por más de una semana no pudo regresar a su casa. Esa noche recordó que había un gran movimiento de hombres armados y que muchos de sus compañeros habían sido llevados a localidades vecinas y reemplazados por infantes de marina de otras reparticiones.
Al día siguiente, la mañana del 25, el testigo contó que vio debajo de un gran pino a muchas personas, todos hombres que estaban en paños menores o ropa de cama y con las manos atadas. Recordó que uno de sus superiores lo llamó en ese momento para que acompañara a una de esas personas a caminar porque estaba acalambrado. El hombre estaba con una capucha en la cabeza y le preguntó a Mittidieri dónde estaba. El colimba recordó en ese momento que tenía prohibido hablar con los detenidos porque sus superiores le dijeron que no lo hiciera por cuestiones de seguridad. Nunca le contestó.
En otro pasaje de su declaración dijo que esas personas eran “demorados” y que nunca había recibido instrucción por parte de sus superiores de cómo comportarse con los prisioneros.
Mittidieri no supo decir con seguridad si el subjefe de la Base Naval, Justo Ortiz estaba al tanto de las personas detenidas abajo del pino. Pero supuso que nadie podía ser ajeno a esa situación.
El testigo también recordó que después del golpe de Estado, un grupo de personas de civil que nunca supo quienes eran, se movían con total libertad dentro de la repartición militar. Tenían acceso a todos los lugares y no se identificaban ante nadie.
Por último, Mittidieri contó, que al menos dos veces vio desde el balcón de su oficina que esas personas que habían sido detenidas eran subidas a los micros de la Base Naval y trasladados a algún lugar que él ignoraba
Por Federico Desántolo.

miércoles, 6 de octubre de 2010

11º audiencia, 6 de octubre

En la Base había detenidos

Una ex detenida desaparecida y un ex médico de la Armada fueron los dos testigos que declararon ayer en la undécima audiencia en el juicio a tres ex militares acusados de crímenes de lesa humanidad cometidos en el centro clandestino de detención que funcionó en la Base Naval local durante la última dictadura cívico militar.


El médico de la Armada retirado, Roberto Guillermo Sosa Amaya tiene 75 años y ayer frente al tribunal oral federal 1 (TOF 1) relató sus casi tres años en la Base Naval local como jefe de sanidad.
La primera vez que el médico estuvo en la Base Naval fue en 1973 cuando realizó una especialización en medicina hiperbárica. Luego volvió a su destino de origen y uno año después regresó como jefe de sanidad. Allí estuvo desde 1974 hasta enero de 1977.
Sosa Amaya estaba a cargo del pequeño hospital emplazado en la Base Naval. Allí se realizaban todos los controles médicos se realizaban controles médicos y se atendían las afecciones que tuvieran suboficiales y oficiales.
El día del golpe de Estado, el 24 de marzo de 1976, el testigo contó que “esa noche” hubo un gran movimiento de militares no sólo de la Armada sino también policías y miembros del Ejército. Uno de los médicos que trabajaba con él, Julio Carrilaf comenzó a trabajar con los grupos de tareas que se encargaban de los secuestros. Incluso contó que una vez trajo a una chica herida, estaba enyesada y la alojó en una de las habitaciones de sanidad. Sólo Carrilaf y otro oficial tenían la llave de la habitación.
Por su rango y función, Sosa Amaya participaba de las reuniones con las máximas autoridades. En un encuentro en la Base Puerto Belgrano donde había ido con otros oficiales de la base local, contó que el Almirante Mendia les habló de la lucha que comenzaba a partir del 24 de marzo y también les dijo que la lucha sería muy dura. Luego los llevaron al cine de la Base donde les proyectaron la “Batalla de Argelia”, la película del director Gillo Pontecorvo donde se muestra las detenciones torturas y asesinatos del ejército de ocupación francés en Argelia. Una forma de mostrar con imágenes lo que las fuerzas armadas hacían desde el 24 de marzo de 1976.
En otra reunión con las mismas características, pero esta vez en la Base Naval local, también fueron instruidos acerca de las “organizaciones subversivas”. El testigo recordó, que un infante de marina, les gráfico y explicó como era el organigrama de cada organización y cómo funcionaban.
Sosa Amaya aseguró que en la Base había detenidos porque le tocaba hacer guardias y en esa tarea tenía que controlar que los secuestrados hayan comido. Cree que había entre 15 y 20 detenidos y que se iban renovando. Según el testigo estaban en una obra en construcción detrás del edifico de Buzos Tácticos en la parte posterior de la Base Naval.
En un principio creyó el argumento de sus superiores cuando le decían que los detenidos trasladados eran llevados hasta un lugar donde hubiese un tribunal federal. Luego comenzó a sospechar que eso era mentira. Y supo que los traslados implicaban la eliminación física de los prisioneros. Cuando el fiscal Daniel Adler le preguntó si sabía que los detenidos eran interrogados bajo tortura dijo que no le constaba. Incluso se atrevió asegurar que eso no ocurría porque consideraba que “en ninguno de los bandos ni Montoneros ni los oficiales existía la crueldad”.
Sosa Amaya recordó, también que antes del golpe de Estado, el almirante Emilio Massera visitó la Base y en una reunión manifestó los problemas que tenía con el entonces ministro de Bienestar Social y jefe de la Triple A, López Rega.
Con respecto a los imputados, el capitán de navío Justo Ignacio Ortiz y el contralmirante Roberto Pertusio dijo que los conocía porque eran sus superiores en la Base y que Ortiz fue subjefe de la Base Naval durante el tiempo que él cumplió funciones allí.
A fines de 1976, Sosa Amaya pidió el traslado porque sentía que ese ya no era su lugar. Su decisión, contó el testigo, coincidió con el momento en que supo que los traslados de los prisioneros suponían la eliminación física.


“Estaba libre pero seguía presa”

Cuando Gladis Garmendia fue secuestrada por una patota de la Base Naval tenía 18 años y hasta el 18 de julio había sido responsable de un grupo universitario en el Partido Socialista de los Trabajadores (PTS).

El primer secuestro ocurrió el 19 de octubre a la madrugada. Un grupo de cuatro personas vestidas de oscuro con borceguíes arriba del pantalón, entró a la casa de sus padres y se llevaron a ella y a su hermana. Las llevaron a un lugar donde las tuvieron el resto de la noche, encapuchado y atado de manos. Al día siguiente las largaron.
A la semana, la misma patota volvió a la casa de Moreno al 4000. Esta vez se llevaron sólo a Gladis. Pasó 35 días secuestrada en la Base Naval y ayer declaró ante el TOF 1.
Garmendia contó que los militares que la secuestraron no creían que ella había abandonado la militancia. Pensaban que había pasado del PTS al ERP, tenían la idea de que los militantes del PTS en algún momento pasaban a la lucha armada.
Encapuchada llegó a la Base Naval y la mayoría de los días los pasó sentada en una silla de playa en un lugar grande con otras personas en iguales condiciones. Algunas de ellas eran compañeros de militancia. Los reconoció por sus quejidos y llanto.
La testigo contó que para interrogarla la sacaban de esa habitación y le hacían bajar una escalera. En un cuarto chiquito la sentaban en una camilla y entre pregunta y pregunta la zamarreaban.
Recordó que una oportunidad fue manoseada por sus captores y que luego la llevaron a una celda individual donde un hombre que le decían el “Capellán” continuó con los vejámenes. También recordó que uno de los miembros de la patota le decían “Cachorro” y que decía que él la iba a ayudar. Luego se dio cuenta que buscaba otra cosa. Incluso una vez liberada, “Cachorro” siguió visitándola e invitándola a viajar.
Garmendia supo que estaba en la Base Naval porque cuando se bañaba podía ver por una mirilla al exterior y desde allí veía los silos del puerto. Cierta vez la sacaron en un auto para que viera un operativo de secuestro. En pleno centro de la ciudad, en San Luis y San martín, desde el interior de un auto vio como secuestraban tres compañeros del PST: Gustavo Stati, Javier Martínez y su novia, de nombre Elena. Los tres continúan desaparecidos.
Un día Gladis fue sacada de la celda y le dijeron que la iban a liberar. Un hombre le dijo que se olvidara de la política que se casara y tuviera muchos hijitos. “De lo contrario no iba a contar el cuento”.
Durante varios meses, Garmedia recibió la visita de “Cachorro” y tuvo que acudir a lugares que sus captores le indicaban. “Estaba libre pero seguía presa”, contó. Tuvo mucho miedo por muchos años. Un día de 1995, la hermana de Elena la ubicó y le pidió que declarara en la causa por la desaparición de su hermana porque ella había sido testigo del secuestro. El miedo la paralizó y dijo que no. En 2008 venció el miedo y declaró ante el juez de instrucción de la causa. Ayer lo hizo ante el tribunal oral y saldó aquella deuda con Elena y otra tanta gente

Por Federico Desántolo.
10º audiencia, 5 de octubre
Esposado por la espalda lo trasladaron a la Base Naval

Edgardo Gabbín de 57 años relató su periplo de poco más de un año por cárceles y centros clandestinos de detención dependientes de la Marina

La primera detención de Edgardo Gabbín, militante del Peronismo de Base en la localidad de Batán, ocurrió en 1975 durante una fiesta en el barrio San Martín. Todos fueron trasladados al destacamento Peralta Ramos, actual comisaría quinta. Cinco, entre ellos el testigo, fue alojado en la comisaría primera y permaneció 30 días encerrado. La segunda vez fue en enero de 1977. Estuvo casi un año secuestrado en distintos centros clandestinos de detención. Encerrado en la sala de máquinas de un buque amarrado en Puerto Belgrano pensó en quitarse la vida para terminar con el calvario. Ayer, con 57 años, declaró ante el tribunal que juzga los crímenes cometidos en la Base Naval de Mar del Plata durante la última dictadura cívico militar.
A Gabbín le tocó hacer el servicio militar en 1974, pero después de algunos meses decidió darse de baja de manera unilateral y desertó. Continuó con su militancia política hasta en 1977 cuando en un partido de fútbol en la cancha del club Nación, el árbitro del encuentro, un cabo primero de la Armada identificado como José Francisco Bujedo, lo reconoció. Según el testigo, primero lo dejaron encerrado en uno de los vestuarios y una vez que terminó el partido, Bujedo y otro oficial de la Armada, que hacía las veces de juez de línea en el partido, lo llevaron hasta su casa, una pensión ubicada en Colón y 162. Durante el viaje le hicieron algunas preguntas acerca de las actividades que realizaba y demás. Antes de despedirse, los oficiales de la Escuela de Suboficiales de Infantería de Marina (ESIM) le dijeron que al día siguiente lo esperaban en un departamento del barrio San Carlos donde le entregarían el documento en regla que nunca pudo recuperar luego de su deserción de la colimba.
En la dirección indicada lo esperaba Bujedo y otras personas. Le dijeron que estirara las manos y lo esposaron sin explicaciones. El primer destino fue la ESIM. Allí esperó por varias horas dentro del auto, pero no lograron entrar. Esposado por la espalda lo trasladaron a la Base Naval, acostado boca abajo en el piso de la parte trasera del auto.
En la Base Naval, lo esperaban sus carceleros. Uno lo apuntaba con un fusil mientras otro le ponía esposas sofisticadas, denominadas japonesas, que se ajustaban con cada movimiento de manos. “La primera noche la pasé encapuchado y con mucho miedo”, contó Gabbín.
No recordó si era de día o todavía la madrugada cuando lo despertaron a los golpes y con insultos: “comunista…zurdo hijo de puta”. La paliza lo dejó casi inconsciente. Cuando logró despabilarse comenzó el interrogatorio. Le preguntaban por algunos compañeros de militancia. Siempre eran los mismos nombres: “La Gallega, Perico, Cabezón y otro de apellido Ruiz”.
En una oportunidad recordó que dentro de la Base fue trasladado a una oficina cercana al Club Náutico. Allí sintió el mar y gente que se divertía como si estuviera en la playa. Calculó que estaba a unos 500 metros de su calabozo. Por la ventana de esa oficina vio dos autos Ford Falcon del cual bajaban a detenidos y los metían en una casita tipo alpino. Una era una chica que rengueaba y el otro un muchacho.
En la Base Naval tuvo que soportar cuatro interrogatorios bajo tortura. Después de la última golpiza lo dejaron desnudo durante 20 días. Sólo comía pan y mate cocido. Gabbín recordó que al carcelero que le alcanzaba la comida le decían “Judío”. Fue quien le comentó que a los que trasladaban Buenos Aires los mataban. Antes de ser trasladado lo visitó un cura a quien le dijo que Dios lo había abandonado. Días más tarde, sólo recibió una Biblia.
Un día lo mandaron a bañarse y lo afeitaron le pusieron ropa y le dijeron que lo trasladarían en helicóptero, pero terminó a bordo de un Ami 8 rojo rumbo a Buenos Aires, a la dependencia de la policía naval situada en Antártida Argentina 643. Allí le comunicaron que estaba a disposición del Poder Ejecutivo Nacional.
El encierro era insoportable y en el pabellón junto a otros detenidos estaban todo el tiempo bajo los efectos de drogas.
No podía soportarlo más. Decidió que se tenía que ir y la única manera era llegar hasta el hospital naval y de allí fugar. No lo dudó, y dejó caer todo el peso de una cucheta triple de hierro sobre uno de sus pies. La fractura de dos dedos lo llevó hasta el hospital, pero un pie encadenado a la cama le frustró la mentada fuga. Cuando lo llevaron nuevamente a la cárcel, no lo recibieron y pasó una noche en el edificio Libertad, sede del Estado Mayor de la Armada.
Sus captores resolvieron mandarlo a Mar del Plata. Custodiado todo el tiempo por dos militares, pasó 30 días en su casa junto a su mujer. Allí supo que ella le contestaba las cartas que le enviaba desde la cárcel naval, pero siempre volvían rechazadas. Supo que su situación seguía siendo de total clandestinidad.

Volvió a Buenos Aires junto con sus custodios y comenzó otra odisea. Su nuevo destino asignado como prisionero era Bahía Blanca. En Puerto Belgrano permaneció encerrado en la sala de máquinas de un buque “San Martín” anclado mar adentro, lleno de ratas y mugre. Allí pensó en tirar la toalla, el suicidio se transformó en una posibilidad para terminar con el sufrimiento. Sus captores le decían que había otra persona en el barco, pero nunca la vio.
Con el tiempo, -recordó Gabbín-, las condiciones de encierro se flexibilizaron y el último tramo de su detención lo pasó en tierra firme. Se hicieron más frecuentes las salidas transitorias y un día lo dejaron en libertad.
El 17 de febrero de 1978, antes de irse de Puerto Belgrano, su carcelero le entregó el documento que había ido a buscar aquel lunes de enero, del año anterior, a la casa del cabo primero Bujedo.
“En la Terminal de Mar del Plata –contó el testigo-, me esperaba el comité de bienvenida. Bujedo junto a otras personas. Me dijo que no apareciera nunca más por Batán y que me iban a tener vigilado”.
En plena democracia, la Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (DIPBA) tuvo a Gabbín en sus archivos. Un informe de 1987 lo sindicaba, todavía, como un delincuente subversivo.
De José Bujedo, Gabbín supo que fue vicepresidente de la sociedad de fomento del barrio San Carlos y que continúo con su oficio de arbitro de fútbol. En 2007 dos días antes que el testigo tuviera que declarar en las audiencias por el Juicio de la Verdad, recibió casualmente una invitación firmada entre otras personas por Bujedo por la cual lo invitaban a una charla de fomentistas.