martes, 19 de octubre de 2010

Audiencia 13º, día lunes 18 de octubre


A pocos metros de la jefatura, había detenidos


El periodista Luis María Muñoz declaró ayer en una nueva audiencia del juicio por la causa Base Naval 1. Mientras hizo el servicio militar vio detenidos desaparecidos y reconoció al ex capitán de navío Justo Ortiz como a uno de los jefes en aquella época.

Una de las tantas veces que vio al entonces capitán de corbeta Justo Ignacio Ortiz fue en el edificio principal de la Base naval Mar del Plata y a pocas horas del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. El testigo recordó que Ortiz dijo a otros oficiales: “Los primeros pasos se dieron bien”. El periodista Luis María Muñoz declaró ayer en el juicio que se les sigue a tres militares acusados de crímenes de lesa humanidad cometidos en la Base Naval durante la última dictadura cívico militar.
Muñoz ingresó a la Marina para hacer el servicio militar obligatorio. En febrero de 1975 pasó la etapa de reclutamiento en Puerto Belgrano y luego fue trasladado a la Base Naval Mar del Plata. Hijo de periodista y familiarizado con la máquina de escribir fue nombrado furriel y tomado como secretario por un capitán de apellido Martínez. Hasta junio de 1975 realizó trabajos de oficina. Allí vio por primera vez a Justo Ignacio Ortiz por aquel entonces jefe de operaciones de la Base Naval y ahora imputado en este juicio junto a su camarada de armas, el contralmirante Roberto Pertusio y al general de brigada del Ejército, Alfredo Arrillaga.
Desde junio del ’75 hasta el golpe de estado de marzo de 1976, Muñoz fue asignado a la oficina de reclutamiento que la Armada tenía en pleno centro de la ciudad, en la calle Irigoyen. Hacía horario de oficina y dormía en su casa. La madrugada del 24 de marzo lo llamaron por teléfono y le dijeron que se tenía que presentar en la Base Naval. Allí fue con su uniforme blanco. En el camino vio que todo había cambiado. Los accesos al puerto estaban cerrados y todo el mundo vestía ropa de combate. Dentro de la base había un gran movimiento de tropa. Incluso camiones de las empresas de servicios del Estado eran utilizados para transportar a los conscriptos a distintas localidades de la costa.
Muñoz recordó frente al tribunal compuesto por los jueces Nelson Jarazo, Alejandro Esmoris y Jorge Michelli, que no tenía compañía porque no cumplía funciones dentro de la Base, así que se ubicó en el sector de calderas. Allí hacía las guardias y también dormía.
El mismo 24 de marzo, Muñoz fue provisto de casco y fusil. Su misión fue ir a secuestrar los equipos de transmisión de la radio LU9 que funcionaba en la Casa del Puente. Aparentemente fue una venganza del Almirante Massera contra el dueño de la radio.
Al no tener una tarea asignada más que la guardia, el testigo contó que deambulaba por la Base Naval y que la primera semana después del golpe vio a los primeros detenidos desaparecidos. Estaban en un pasillo, tirados boca abajo y con las manos atadas a la espalda. “Yo estaba limpiando y cuando un suboficial me vio me dijo que me fuera y no volviera a entrar. Después pusieron un cartel con letras rojas que decía zona restringida”, recordó el periodista de El Atlántico.
En un extremo del pasillo donde estaban los detenidos, se ubicaban las oficinas de las autoridades de la Base Naval. Muñoz dibujó en un pizarrón la distribución de las oficinas dentro del edificio principal. Señaló donde estaban las personas encapuchadas y maniatas y, también la ubicación de los despachos de los oficiales. Ante una pregunta del fiscal Daniel Adler, el testigo respondió: “Los detenidos estaban a menos de cinco metros de las oficinas de los jefes de la Base”. Muñoz dejó claro que nadie podía desconocer la presencia de detenidos desaparecido en la Base Naval.
Durante esa primera semana, Muñoz recordó que una madrugada lo fueron a buscar al sector de calderas, le dieron un fusil y le dijeron que esperara un camión que llegaría con “prisioneros”. Entre los detenidos había tres mujeres, una de ellas con un bebé en brazos. El testigo también recordó que había una nena en camisón que luego fue llevada junto con una de estas mujeres. “Los hombres estaban en calzoncillos o pijamas y con las manos atadas y encapuchados”, aseguró.
En otra oportunidad lo mandaron a la enfermería a vigilar a un detenido que estaba herido. Tenía los ojos vendados y una herida en la zona del abdomen. Según Muñoz el hombre dijo que tenía frío y él lo tapó con una manta. Después supo que ese joven morocho de pelo muy cortito había sido sacado del Hospital Inter-zonal luego de una operación y sin consentimiento de los médicos.
También contó que cuando estaba en la caldera venían siempre las mismas personas, un grupo de buzos tácticos, que cada vez que llegaban de un operativo le pedían que prendiera la caldera para poder bañarse. El jefe de ese grupo era un oficial al que llamaban “Montgomery”. Muñoz lo recordó morocho, de estatura media y con la cara arrugada. Característica identificatoria: “siempre llevaba una ametralladora Uzi”
El fiscal Adler le preguntó si la persona que estaba sentada a su derecha detrás del abogado defensor era Justo Ortiz. Muñoz lo miró de arriba abajo y a pesar de verlo muy cambiado, lo reconoció. Dijo haberlo visto muchas veces. Cunado el testigo era secretario del capitán Martínez iba a su oficina seguido. Después del golpe de Estado recordó que lo vio junto a otros oficiales y lo escucho decir: “los primeros pasos se dieron bien”.

Fuerzas conjuntas

Américo Marochi tiene 81 años y una memoria prodigiosa. Fue oficial de la Fuerza Aérea, docente y director de una escuela técnica en la ciudad de Tandil. Ayer se tomó su tiempo para tomar asiento frente al tribunal. Acomodó un portarretrato pequeño con la foto de su hijo Omar Alejandro secuestrado y desaparecido en la última dictadura. En otra porción de la pequeña mesa ubicó la carpeta en la que guarda toda la documentación vinculada a la desaparición de su hijo Omar Alejandro. Una foto de su mujer, fallecida en 2008 también lo acompaña en su declaración.
El detallado testimonio de Marochi dio cuenta de cómo actuaban las tres fuerzas durante la represión tras el golpe de Estado de marzo de 1976.
Omar Alejandro el hijo menor de Mariocchi fue secuestrado junto a su compañera Susana Valor, el 18 de septiembre del ’76. El grupo de tareas lo esperó dentro del departamento de Alejandro Korn 953. Según los vecinos, el secuestro ocurrió cerca de las 18.30. A Susana Valor la esposaron pero a Omar no. Los subieron a un Ford falcon bordó y se los llevaron. Américo y su mujer se enteraron tres días después cuando llegaron desde Tandil, lo que había pasado. Lo primero que hizo fue hacer la denuncia en la comisaría tercera y luego comenzó a ver a sus ex compañeros de la Fuerza Aérea. El 22 de septiembre se entrevistó con el jefe de la Base Aérea local, el brigadier Alejandro Agustoni. De la reunión también participó el jefe de Inteligencia de la repartición, el oficial José Alcides Cerruti.
Marochi le contó lo ocurrido y Cerruti interrumpió para preguntar con quien estaba Omar cuando se lo llevaron. Al escuchar el nombre de Susana Valor, el oficial se pudo muy nervioso y dijo que se tenía que retirar. Le habló al oído a Agustoni y se fue.
Cuando Omar vivía con sus padres en Tandil militaba en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES). Susana habría sido un cuadro importante de la JP y presa preciada por la dictadura.
El 23 de septiembre el testigo y su mujer volvieron al departamento de su hijo para llevarse las cosas, pero el grupo de tareas de Marina les había ganado de mano. Se habían llevado todo. Una vecina les contó que se repartían la ropa de Omar. La misma vecina dijo que fueron los mismos que se habían llevado a Omar.
Los Marochi iniciaron un derrotero interminable en busca de su hijo. Cerruti los mandó hablar con el teniente Julio Cesar Falcke, jefe de Inteligencia de la Base Naval. El oficial recibió al matrimonio y le mostró fotos de detenidos muertos a Américo, pero el hombre no encontró allí a su hijo ni a su nuera.
Muchas veces se entrevistaron con Cerruti. El oficial de la Fuerza Aérea solo hablaba con Américo porque la mujer se ponía muy nerviosa. En una oportunidad le dijo que su hijo iba a volver en seis meses o un año y que si algún día cambiaba la situación Cerruti negaría todo lo hablado. Le aclaró que sería palabra contra palabra.
Las dirigencias por encontrar a Omar incluyeron entrevistas con el jefe de la subzona XV, el teniente coronel Pedro Barda. En cierta oportunidad mientras esperaban una reunión vieron salir de la oficina de Barda a Falcke. El jefe de inteligencia de la Marina estaba reunido con el máximo responsable de la represión en toda la zona.
La mamá de Omar no dudó en viajar a Uruguay cuando escuchó por radio que habían aparecido dos argentinos y uno era su hijo. Nunca nadie le pudo explicar porque habían dicho eso en la radio.
Américo llegó a escribir dos cartas: una para el dictador Videla, en aquel entonces presidente de la Argentina y para el brigadier Agosti, que integraba la junta de comandantes. Las dos respuestas fueron negativas. Ejército y Fuerza Aérea negaron haber secuestrado a Omar y Susana.
Desde la Base Naval llegó una contestación a una carta. Fechada el 10 de noviembre del 76. El jefe de la Base Naval, contralmirante Juan Carlos Malugani reconocía que su gente se había llevado todas las pertenencias del departamento porque era un operativo de rutina contra la subversión, pero negó haber secuestrado a Omar y Susana. La pareja continúa desaparecida.

La Base, el ESIM y Puerto Belgrano

Alberto Jorge Pellegrini nunca pudo terminar la carrera de Derecho, a pesar de haber presentado un documento firmado por el jefe de la Subzona de seguridad militar XV, Pedro Barda en la cual no desvinculaban con cualquier “actividad subversiva”, las autoridades universitarias no lo dejaron retomar sus estudios.
Pellegrini tiene ahora 54 años y es empleado público. En agosto de 1976 cuando permaneció más de cuatro meses detenido, tenía 19. Estudiaba Derecho y tenía un pequeño taller textil.
En la casa donde montaba su taller había decidido albergar a una pareja con su hijo de 8 meses porque eran perseguidos por la represión. El 1 de agosto una patota de la Marina secuestra a la pareja en la casa de San Luis al 3000. Carlos Alberto Oliva y su mujer Susana Martinelli son llevados a la Base Naval. la pequeña Mariana de 8 meses fue dejada en una tintorería de San Luis y Avellaneda.
Al momento del allanamiento, Pellegrini llega a la casa pero al ver lo que ocurría pasa de largo, abandona su auto y se toma un taxi. Luego de advertirle a su esposa lo ocurrido se refugia en al casa de un amigo. Allí se entera que la casa de su padre también fue allanada y que le piden que se entregue en la Base Naval.
El 5 de agosto, Pellegrini es llevado por su padre y dejado en la Base Naval. Allí es encapuchado y alojado en una habitación con otros detenidos entre ellos, Oliva y Martinelli. Ayer frente al tribunal aseguró que nunca fue torturado pero recordó que a Oliva le decían todas las noches: “vamos correntino” y al rato lo traían y nos decían no le den agua. Lo habían sometido a picana eléctrica.
El testigo contó que permaneció varios días en la Escuela de Suboficiales de Infantería de Marina (ESIM) en el faro. Allí las condiciones de detención eran mucho más estrictas. Los obligaban estar todo el tiempo sentados y así tuvo una afección en las piernas.
Luego hasta el final de su cautiverio estuvo en un camarote de un barco en Puerto Belgrano. Allí convivió con otras 15 personas, entre las que había algunas mujeres y con ratas que le comían la comida.
El 28 de diciembre fue puesto en libertad junto a otro detenido que le decían “El viejo”, un imprentero de Mar del Plata que había sido detenido por haber impreso volantes de Montoneros. “El hombre terminó muy deprimido, no podía creer que la Armada argentina le haya hecho lo que le hizo. Al poco tiempo murió”, recordó Pellegrini.Los cuerpos de Oliva y Martinelli aparecieron acribillados en Bahía Blanca. Pellegrini cree que en aquel vuelo que los llevó a puerto Belgrano viajaron juntos. La pequeña Mariana hoy vive en Paso de los Libres, la ciudad de origen de sus padres. Aquel día, una tía de Oliva fue a buscarla a tintorería donde los militares la habían dejado tras llevarse a sus padres
Por Federico Desántolo

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