martes, 9 de noviembre de 2010

DECIMOSÉPTIMA AUDIENCIA .Día lunes 8

“Creo que es el día más reparador después de tantos años”.

Hermanos de Tristán Omar Roldán y Delia Elena Garaguzo, desaparecidos el 18 de septiembre de 1976 en la Base Naval declararon ayer ante el tribunal oral federal 1 y contaron lo que fue vivir después de aquel día.
Mónica Silvia Roldán fue la segunda testigo que declaró ayer en una nueva audiencia del juicio que se le sigue a tres militares por delitos de lesa humanidad cometidos en el centro clandestino de detención que funcionó en la Base Naval local durante la última dictadura cívico militar. La mujer ingresó con una caja color verde a la que se aferraba con las dos manos. . Se sentó frente al tribunal y antes de empezar a hablar acomodó sobre la pequeña mesa una foto con la imagen de su hermano Tristán y su cuñada Delia. Detrás de ella en los asientos destinados al público una gran cantidad de primos la alentaba en silencio.
La testigo contó que se enteró del secuestro de su hermano Tristán Omar Roldán y de su cuñada Delia Elena Garaguzo –también conocida como “Tali”-, por el dueño de la casa que alquilaba la pareja en Marcelo T. de Alvear al 1400. El hombre les dijo que la madrugada del 18 de septiembre de 1976 y grupo de personas armadas entró a su casa y le preguntaron por “Roldán y la chica rubia”. Fueron hasta el departamento del fondo. Luego se escuchó una ráfaga de disparos y el llanto de la mujer. Alejandro Scchiodini vio que se llevaban a Tristán con las manos atadas y encapuchado. A Delia que había sido herida en una pierna, la llevaba envuelta en una frazada.
Tristán tenía 19 años y Delia 21, ambos militaban en la Juventud Peronista (JP). Él trabajaba en la construcción. Ella lo hacia en la planta la Campagnola y estaba embarazada de tres meses.
Mónica recordó que al mediodía siguiente, tres camiones volvieron a la casa de Marcelo T de Alvear. Dos bloquearon los accesos en cada esquina y un tercero fue puesto de culata en la entrada al garaje. Se llevaron todos los muebles y las pertenencias de la pareja. Vaciaron la casa.
A partir de ese día comenzaron todos los intentos para saber donde estaba la pareja. Hubo cientos de cartas enviadas a todas las dependencias militares. La respuesta era siempre la misma: nadie sabía nada. Cada una de esas cartas y sus respuestas están en la caja verde que Mónica sujeta mientras declara. Allí también hay copias de habeas corpus, fotos y recortes periodísticos de aquellos años.
Mónica Roldán contó a los jueces Nelson Jarazo, Alejandro Esmoris y Jorge Michelli que después del secuestro de sus hermana y su cuñada, junto a otros familiares de desaparecidos conformaron un grupo para saber dónde estaban los detenidos. Se juntaban en la catedral local y trabajaban junto al padre Pérez, secretario del obispo de aquel entonces, monseñor Rómulo García.
En mayo de 1977, el grupo ya estaba organizado y Mónica concurría todos los días a recibir denuncias de familiares en la Catedral. Por ese motivo una patota que dijo ser de Coordinación Federal la fue a buscar a la casa de sus padres. Estuvo secuestrada durante 26 horas en la Base Naval. Supo que estaba ahí por el ruido de las olas que morían en una playa que sentía muy cercana. También reconoció la entrada a la repartición militar.
Allí fue interrogada dos veces. Los captores querían nombres y apellidos de las personas que formaban parte del grupo de familiares que buscaban a los desaparecidos. Ella le contestó que “los apellidos eran los apellidos de los chicos y chicas que tenían detenidos”. Ahí vino el primer golpe. Luego insistieron con lo mismo y ella respondió igual. Otro golpe.
En el segundo interrogatorio le preguntaron por su militancia en la Juventud Comunista. Cuando le pidieron otra vez nombres y apellidos comenzó a nombrar apellidos falsos. Otro golpe.
Al otro día le dijeron que la iban a liberar pero que la condición era que dejara de buscar a su hermano y a cuñada. Ella dijo que si como un mecanismo de supervivencia para lograr la libertad. Ayer aclaró que no fue una concesión de principios.
Antes de subirla al auto que la sacaría de la Base Naval, le quitaron la capucha. Mónica recordó que allí vio a la hermana de una amiga que también iba a ser liberada. Se sonrieron y después cada una fue subida a un auto.
Roldán mostró al tribunal y a las partes las cartas que recibió su padre de las autoridades de la Base Naval. La primera fue del contralmirante Juan Carlos Malugani, negaba que la pareja estuviera bajo su control. Otra la escribió el contralmirante Roberto Pertusio, uno de los imputados. Reconocía haber realizado el operativo de saqueo de los muebles de la casa de Roldan y Garaguzo pero negaba haber secuestrado a la pareja. Lo cierto es que el jefe del operativo del secuestro de la pareja se llevó la llave del departamento y a las pocas horas viene otro grupo con esa llave para llevarse los muebles.
En otra oportunidad, en una entrevista con el coronel Pedro Barda, el jefe de la subzona militar 15, culpó al papá de Mónica y Tristán diciendo que si hubiese cuidado mejor a su hijo nada de esto hubiese pasado.
Ante la pregunta de la querella: ¿Cómo siguió la vida después del secuestro de su hermano y su cuñada?. Mónica respondió: “la vida era la búsqueda. En el trayecto se fueron dejando proyectos personales”.
Mónica dejó la universidad y el dolor estuvo siempre presente en la familia. Se dejó de hablar de Tristán y Delia. Ayer recordó que nunca hablaron del embarazo de su cuñada.
La sala de audiencias estaba llena. La mayoría eran primos de Mónica y Tristán. La testigo les quiso agradecer su acompañamiento y apoyo. “Creo que es el día más reparador después de tantos años”. Después hubo aplausos.
Daniel Hugo Garaguzo fue el último testigo de la jornada. El hermano de Delia Elena contó que él se enteró del secuestro de su hermana en Lobería.
Él y sus padres vivían allí y Delia había venido a Mar del Plata a estudiar. En uno de los viajes que hacía al pueblo les contó que estaba militando en la JP y que estaba muy contenta. En los viajes siguientes se la veía preocupada. Daniel recordó que en la última visita de su hermana a Lobería, les contó que era perseguida y que no los visitaría más. También les pidió que ellos no fueran a verla.
Después supieron por sus abuelos que vivían en Mar del Plata que un grupo armado había ido a su casa a buscar a Delia pero que ella no estaba allí. A los pocos días se enteró del secuestro, de la balacera y de que su hermana había sido llevada herida
Garaguzo contó cómo desde ese día todo de desmoronó. Su padre viajaba a mar del Plata todo el tiempo para encontrar a Delia. Siempre estaba con el papá de Tristán de aquí para allá. Se perdieron. Descuidó el negocio y al poco tiempo se fundieron. Tuvieron que venir a vivir a Mar del Plata.
Un amigo de su padre, el capitán del Ejército Lamacchia, que cumplía funciones en el GADA 601 le dijo un día que no buscara más a Delia porque no la iba a encontrar y que se preocupara por los hijos que aún tenía. El golpe fue certero. El papá de Daniel se enfermó y al poco tiempo murió atormentado por no saber nada de su hija ni tampoco de su nieto. Aún hoy la mamá de Daniel vive con miedo. No sale de su casa y teme abrir las ventanas. Todavía creen que la vigilan.
El testigo lamentó saber que toda su familia e incluso él van a irse de este mundo sin saber que pasó con Delia y con su hijo.


“Si hubieran tenido la valentía de decir lo que hicieron”

Ana Menucci de Retegui busca a su hija desde el 19 de septiembre de 1976, día en que junto con otras dos amigas fueron secuestradas. Ayer por primera vez, después de 34 años, declaró ante un tribunal penal.
Retegui contó que desde el 76 pregunta por su hija. Consultó en todos los lugares y a todos: Ministerio del Interior, Cruz Roja, a la Iglesia y nunca obtuvo respuesta.
Frente al tribunal recordó que fue el padre Pérez, secretario del obispo Rómulo García, quien le dijo que Liliana estaba en manos de la Marina y que estaba bien. Que no le faltaba nada. Incluso le dijo que con ella había una chica que se la habían llevado de la casa en silla de ruedas porque tras un accidente estaba enyesada y que, en la Base ya estaba caminando. Se trataba de Ana Rosa Frigerio, una joven que luego aparece asesinada en un enfrentamiento fraguado. Cuado La mujer le dijo lo que había pasado con esa chica al cura, Pérez le respondió que a ellos, los militares, también les mentían. Retegui, se lamentó: “si hubiesen tenido la valentía de decir lo que hicieron. Eso sería lo más justo”.
Ana terminó su declaración y volvió a su lugar. Volvió a ponerse su pañuelo blanco y se sentó junto a sus compañeras, las otras Madres de la Plaza.



Desaparecidos frente a la escuela de buceo

Pablo José Arias desde 1968 formaba parte del club de buceo y del Club Náutico, por esa razón conocía todos los movimientos de la Base Naval. Así supo que después del Golpe de Estado de 1976 todo cambió. Había muchos hombres armados en las guardias y la dependencia de Buzos Tácticos estaba siendo reformada estaban construyendo una losa y sobre esa construcción había bolsas de arena con una ametralladora de gran tamaño.
A mediados de 1976 Arias fue seleccionado como estudiante de Biología, para hacer un curso de buceo junto a oros tres compañeros, entre ellos María Inés Dorio cuya hermana sería secuestrada en septiembre de ese año y alojada en la Base Naval.
Los militares desconfiaban del estudiante de pelo largo y barba. No entendían porqué estaba allí si ya sabía bucear. Cierto día, un sábado a la mañana, Arias estaba en el vestuario listo para salir a hacer las prácticas físicas y al salir hacía del interior de la Escuela de Buceo vio que en un camión había gente encapuchada y atadas de manos. Estaban siendo bajados del camión. En otra oportunidad vio que en la playa de la base naval a un militar que llevaba a una mujer encapuchada y atada de manos apuntándola con un fusil.
Haber visto eso le trajo serios problemas, los militares lo intimidaron y persiguieron. Su casa fue allanada pero a él no lo encontraron alguien le había advertido que no fuera a su casa. El miedo lo invadió. Incluso pensó en irse del país.
Una vez camino a la facultad vio que en el micro había una persona que lo seguía y de se dio cuenta que era una de esas personas de civil que había visto dentro de la Base Naval mientras hacía el curso de buceo.




Por federico Desántolo

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