martes, 16 de noviembre de 2010

audiencia Nº 20, día 16 de noviembre.



"Volviamos como un trapo"


Un sobreviviente del centro clandestino de detención que funcionó en la repartición local de la Armada brindó detalles del lugar de cautiverio y del suplicio vivido. El 30 de noviembre comenzarían los alegatos de las partes.

Ernesto Miguel Prandina vive en Brasil desde hace muchos años. Desde allí viajó una vez más para dar su testimonio como sobreviviente de la Base Naval en el juicio que se les sigue a tres militares acusados de crímenes de lesa humanidad durante la última dictadura militar.
Prandina entró decidido a la sala. En pocos pasos ya estaba sentado y listo para contestar las preguntas. Con tranquilidad relató su cautiverio en el centro clandestino de detención que funcionó en la Base Naval. Sabía que los recuerdos son dolorosos pero necesarios, tal vez por eso supo dejar las emociones de lado cuando a todos los presentes se les hacía un nudo en garganta. Había que ser claro, contar con detalle el horror para que a nadie le quedara dudas de lo que fue aquello.
En 14/9/76, Prandina ya era un cuadro político del Partido Socialista de los Trabajadores (PST) y una presa para los grupos de tareas de la Marina. El 13 de octubre lo encontraron en la casa de sus padres en Nápoles al 5300, en el barrio El Martillo. El jefe de la patota dijo llamarse Maidana y que pertenecían a la Policía Federal. Primero fue la capucha en la cabeza, luego las esposas y a la parte trasera de un auto de civil.
Como otros testigos en la causa, Prandina recordó que la clave de los secuestradores para entrar a la base era “Llevamos el paquete”. Lo subieron por una escalera externa a un edificio recién construido. Allí en el un salón grande había otros detenidos encapuchados y esposados como él. Con el tiempo pudieron decirse los nombres para que el que saliera primero alertara a las familias. Allí estaban Gladis Garmendia, Norma Huder, un chico de apellido Díaz, Javier y Gustavo Stati.
La primera sesión de torturas fue a los pocos minutos de llegar. Fue en el piso inferior del edificio ubicado cerca de la Escuela de Buceo. Prandina dijo que era una cocina. Las paredes tenían azulejos y había una mesada de mármol. Allí lo acostaron desnudo lo mojaron y le aplicaron picana. Perdió la cuenta de las veces que fue torturado en los 45 días de cautiverio. Sabe que un día se desmayó en medio de la tortura y llamaron un médico porque pensaron que se moría. El doctor dijo que estaba bien que podían seguir torturándolo.
Para el testigo, los torturadores eran oficiales. Personas preparadas para la tarea. Los carceleros eran suboficiales que sólo los daban la comida o los llevaban al baño. Un timbre sonaba para avisar que llegaba un secuestrado nuevo o que se llevaban a alguien. El chillido era otra forma de tortura, podía significar que uno de ellos moriría. “No éramos nada. Físicamente estábamos muy mal, pero psicológicamente estábamos peor”, reforzó Prandina como si fuera necesario.
Durante la tortura le preguntaban por algunos de sus compañeros de militancia y por el secuestro de un directivo de al empresa Ford que había ocurrido en Buenos Aires. Un hombre que decía ser cura les hablaba y los invitaba a hablar para poder aliviar el suplicio. El testigo pudo ver por debajo de la capucha que el supuesto sacerdote usaba borceguíes militares.
Después de un tiempo, Prandina fue pasado a una celda individual. De allí fue sacado para someterlo a dos simulacros de fusilamientos y a un “submarino seco”, mecanismo de asfixia con una bolsa de nylon. Allí también pensó en suicidarse cortándose las venas con pedazos de mimbre de la silla en la que se sentaba.
Un día fue llevado a una oficina donde había un oficial que se presentó con el nombre de “Néstor”. Delante de ese hombre se sacó la capucha y escuchó que quedaba libre. Tiempo después ya en libertad, Prandina se entrevistó dos veces más con “Néstor”. Lo vigilaba, le preguntaba en qué andaba y luego se iba.
Después de su cautiverio, el testigo empezó a trabajar en el puerto. Desde allí veía la Base Naval y sabía que en ese edificio en construcción había estado secuestrado. También lo supo porque los cubiertos para comer decían Armada Argentina al igual que los medicamentos que les daban cuando se sentían mal.
Las marcas del cautiverio en el cuerpo se borraron antes que las psicológicas. Prandina tuvo que cambiar el timbre de su casa. El chillido agitaba los fantasmas de aquel ruido que anunció la muerte para muchos otros.

Otra vez el juez Hooft
El caso Prandina es una de las causas que respaldan el pedido de juicio político al juez Pedro Cornelio Federico Hooft, a quien se le imputan más de un centenar de delitos de lesa humanidad.
Los padres de Prandina presentaron un recurso de habeas corpus cuando su hijo fue secuestrado. El trámite cayó en el juzgado Nº 3 de Hooft. Nunca prosperó.
Una vez que Prandina fue liberado, el juez nunca lo llamó a declarar para saber que le había pasado. En 2007 en un allanamiento al juzgado Nº 3 fue hallado el expediente había sido archivado sin ninguna actuación.
Por consejo de un policía amigo de la familia y por su propia seguridad, Prandina declaró en una comisaría que, los 45 días que pasó en el peor de los infiernos, estuvo de vacaciones.

Marinos saqueadores


Matilde Cristina Chiodini fue testigo del secuestro del matrimonio de Tristán Roldán y Delia Garaguzo ocurrido en Marcelo T. de Alvear al 1400, el 18 de septiembre de 1976.
La mujer es la hija del dueño de la casa que alquilaba el matrimonio. Ayer frente al tribunal compuesto por los jueces Nelson Jarazo, Jorge Michelli y Alejandro Esmoris contó que un grupo nutrido de personas armadas llegó a la casa y preguntó por los Roldán. Su padre le dijo que estaban en la casa de atrás. Se escuchó una ráfaga de disparos y vio como se llevaban al matrimonio envueltos en frazadas y heridos.
El jefe del operativo se llevó la llave del pequeño departamento y les dijo que no tocaran nada. A la semana volvieron con tres camiones. Saquearon el lugar, se llevaron hasta los focos de los portalámparas.
La mamá de Matilde había llegado hacía unos días de Buenos Aires y durante el viaje en tren de regreso compartió mates con unos jóvenes integrantes de la Marina. Los reconoció en el allanamiento, integraban el grupo que saqueó la casa. El relato de Matilde explica que fue la Armada la responsable del saqueo y el secuestro de Tristán Roldán y Delia Garaguzo, embarazada de tres meses.
La testigo recordó que cuando se fueron los militares, ellos entraron al departamento. Había manchas de sangre y una ráfaga de balas contra una pared. Todo indicaba que los únicos disparos que hubo fueron del exterior al interior de la casa.
El dueño del departamento acudió a la comisaría tercera, pero la policía no intervino. El matrimonio Roldán – Garaguzo continúa desaparecido.


Por Federico Desántolo

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