domingo, 28 de noviembre de 2010

En el día de hoy martes, fue suspendida la audiencia, despúes de esperar el público y la prensa por dos horas, el tribunal decidio pasar la lectura para mañana miércoles. Ya que falta recibir documentación de prueba.
ALEGATOS

Miércoles 1 a las 10,30hs : 1º querella Dra Leon; 2º querella APDH

Jueves 2 a las 10hs: 3º querella SHH.HH de pcia; 4º Fiscalía

Lunes 6 turno de los defensores Dr Horacio Meiras (Arrillaga); Dra Paula Muniagurria(Pertusio);
Dr Daniel Vazquez(Ortiz)

martes, 16 de noviembre de 2010

audiencia Nº 20, día 16 de noviembre.



"Volviamos como un trapo"


Un sobreviviente del centro clandestino de detención que funcionó en la repartición local de la Armada brindó detalles del lugar de cautiverio y del suplicio vivido. El 30 de noviembre comenzarían los alegatos de las partes.

Ernesto Miguel Prandina vive en Brasil desde hace muchos años. Desde allí viajó una vez más para dar su testimonio como sobreviviente de la Base Naval en el juicio que se les sigue a tres militares acusados de crímenes de lesa humanidad durante la última dictadura militar.
Prandina entró decidido a la sala. En pocos pasos ya estaba sentado y listo para contestar las preguntas. Con tranquilidad relató su cautiverio en el centro clandestino de detención que funcionó en la Base Naval. Sabía que los recuerdos son dolorosos pero necesarios, tal vez por eso supo dejar las emociones de lado cuando a todos los presentes se les hacía un nudo en garganta. Había que ser claro, contar con detalle el horror para que a nadie le quedara dudas de lo que fue aquello.
En 14/9/76, Prandina ya era un cuadro político del Partido Socialista de los Trabajadores (PST) y una presa para los grupos de tareas de la Marina. El 13 de octubre lo encontraron en la casa de sus padres en Nápoles al 5300, en el barrio El Martillo. El jefe de la patota dijo llamarse Maidana y que pertenecían a la Policía Federal. Primero fue la capucha en la cabeza, luego las esposas y a la parte trasera de un auto de civil.
Como otros testigos en la causa, Prandina recordó que la clave de los secuestradores para entrar a la base era “Llevamos el paquete”. Lo subieron por una escalera externa a un edificio recién construido. Allí en el un salón grande había otros detenidos encapuchados y esposados como él. Con el tiempo pudieron decirse los nombres para que el que saliera primero alertara a las familias. Allí estaban Gladis Garmendia, Norma Huder, un chico de apellido Díaz, Javier y Gustavo Stati.
La primera sesión de torturas fue a los pocos minutos de llegar. Fue en el piso inferior del edificio ubicado cerca de la Escuela de Buceo. Prandina dijo que era una cocina. Las paredes tenían azulejos y había una mesada de mármol. Allí lo acostaron desnudo lo mojaron y le aplicaron picana. Perdió la cuenta de las veces que fue torturado en los 45 días de cautiverio. Sabe que un día se desmayó en medio de la tortura y llamaron un médico porque pensaron que se moría. El doctor dijo que estaba bien que podían seguir torturándolo.
Para el testigo, los torturadores eran oficiales. Personas preparadas para la tarea. Los carceleros eran suboficiales que sólo los daban la comida o los llevaban al baño. Un timbre sonaba para avisar que llegaba un secuestrado nuevo o que se llevaban a alguien. El chillido era otra forma de tortura, podía significar que uno de ellos moriría. “No éramos nada. Físicamente estábamos muy mal, pero psicológicamente estábamos peor”, reforzó Prandina como si fuera necesario.
Durante la tortura le preguntaban por algunos de sus compañeros de militancia y por el secuestro de un directivo de al empresa Ford que había ocurrido en Buenos Aires. Un hombre que decía ser cura les hablaba y los invitaba a hablar para poder aliviar el suplicio. El testigo pudo ver por debajo de la capucha que el supuesto sacerdote usaba borceguíes militares.
Después de un tiempo, Prandina fue pasado a una celda individual. De allí fue sacado para someterlo a dos simulacros de fusilamientos y a un “submarino seco”, mecanismo de asfixia con una bolsa de nylon. Allí también pensó en suicidarse cortándose las venas con pedazos de mimbre de la silla en la que se sentaba.
Un día fue llevado a una oficina donde había un oficial que se presentó con el nombre de “Néstor”. Delante de ese hombre se sacó la capucha y escuchó que quedaba libre. Tiempo después ya en libertad, Prandina se entrevistó dos veces más con “Néstor”. Lo vigilaba, le preguntaba en qué andaba y luego se iba.
Después de su cautiverio, el testigo empezó a trabajar en el puerto. Desde allí veía la Base Naval y sabía que en ese edificio en construcción había estado secuestrado. También lo supo porque los cubiertos para comer decían Armada Argentina al igual que los medicamentos que les daban cuando se sentían mal.
Las marcas del cautiverio en el cuerpo se borraron antes que las psicológicas. Prandina tuvo que cambiar el timbre de su casa. El chillido agitaba los fantasmas de aquel ruido que anunció la muerte para muchos otros.

Otra vez el juez Hooft
El caso Prandina es una de las causas que respaldan el pedido de juicio político al juez Pedro Cornelio Federico Hooft, a quien se le imputan más de un centenar de delitos de lesa humanidad.
Los padres de Prandina presentaron un recurso de habeas corpus cuando su hijo fue secuestrado. El trámite cayó en el juzgado Nº 3 de Hooft. Nunca prosperó.
Una vez que Prandina fue liberado, el juez nunca lo llamó a declarar para saber que le había pasado. En 2007 en un allanamiento al juzgado Nº 3 fue hallado el expediente había sido archivado sin ninguna actuación.
Por consejo de un policía amigo de la familia y por su propia seguridad, Prandina declaró en una comisaría que, los 45 días que pasó en el peor de los infiernos, estuvo de vacaciones.

Marinos saqueadores


Matilde Cristina Chiodini fue testigo del secuestro del matrimonio de Tristán Roldán y Delia Garaguzo ocurrido en Marcelo T. de Alvear al 1400, el 18 de septiembre de 1976.
La mujer es la hija del dueño de la casa que alquilaba el matrimonio. Ayer frente al tribunal compuesto por los jueces Nelson Jarazo, Jorge Michelli y Alejandro Esmoris contó que un grupo nutrido de personas armadas llegó a la casa y preguntó por los Roldán. Su padre le dijo que estaban en la casa de atrás. Se escuchó una ráfaga de disparos y vio como se llevaban al matrimonio envueltos en frazadas y heridos.
El jefe del operativo se llevó la llave del pequeño departamento y les dijo que no tocaran nada. A la semana volvieron con tres camiones. Saquearon el lugar, se llevaron hasta los focos de los portalámparas.
La mamá de Matilde había llegado hacía unos días de Buenos Aires y durante el viaje en tren de regreso compartió mates con unos jóvenes integrantes de la Marina. Los reconoció en el allanamiento, integraban el grupo que saqueó la casa. El relato de Matilde explica que fue la Armada la responsable del saqueo y el secuestro de Tristán Roldán y Delia Garaguzo, embarazada de tres meses.
La testigo recordó que cuando se fueron los militares, ellos entraron al departamento. Había manchas de sangre y una ráfaga de balas contra una pared. Todo indicaba que los únicos disparos que hubo fueron del exterior al interior de la casa.
El dueño del departamento acudió a la comisaría tercera, pero la policía no intervino. El matrimonio Roldán – Garaguzo continúa desaparecido.


Por Federico Desántolo
audiencia Nº19, día lunes 15 de noviembre.

Relató su tragedia en la Base Naval

Un ex detenido desaparecido y el hijo de un militante asesinado
completaron una nueva audiencia del juicio a tres militares.

Cuando llegó a su lugar de cautiverio, Héctor Daquino, sabía que el lugar no le era ajeno. Desde 1974 hasta el 24 de marzo de 1976 había trabajado como albañil en la Base Naval local. Allí estuvo por más de un mes, luego fue liberado. Desde aquel entonces vive en Brasil.
Dos testigos declararon en una nueva audiencia del juicio a tres militares por crímenes de lesa humanidad cometidos en el centro clandestino de detención (CCD) que funcionó en la Base Naval local. Daniel Darío Iani, con 8 años, fue testigo de cómo un grupo de tareas se llevó a su padre en 1977. Por su parte, Héctor Orlando Daquino fue secuestrado junto con un amigo y alojado en la Base Naval. Ayer cada uno contó su tragedia.
Daquino tiene las marcas del exilio en la voz. Después de tantos años en Brasil le cuesta encontrar las palabras correctas en español, el portugués se adueña por momentos del discurso. Minutos después del mediodía se acomodó en la silla frente a los jueces. A su derecha, detrás de los abogados defensores, dos de los tres imputados: el capitán navío Justo Ignacio Ortiz y el contralmirante Roberto Luis Pertusio. A la izquierda, los querellantes.
Daquino comenzó su testimonio por el principio, la noche del 20 de septiembre de 1976 cuando fue secuestrado junto a su amigo Jorge Ordóñez. Recordó que volvían del cine y vieron en Sarmiento y Juan B. Justo, un operativo militar. Intentaron escapar pero en la esquina de Martín Rodríguez y Alsina fueron capturados. Los secuestradores preguntaban por Ordóñez. Los subieron en autos distintos y los llevaron a la Base Naval. Uno de los secuestradores le era conocido. Lo había visto varias veces.
A pesar de estar encapuchado con su propio abrigo, el testigo supo que ingresaba a la Base Naval. El recorrido del auto, el ingreso, las curvas y contra curvas dentro del predio no le dejó dudas. Durante dos años hizo ese recorrido, trabajaba junto a Ordóñez en la constructora Guarino y les había tocado la obra de un edificio dentro de la base. Renunciaron el día del golpe de Estado del 76. Eran militantes de la UES (Unión de Estudiantes Secundarios) y tuvieron miedo de volver a trabajar. En los días de albañil en la Base Naval veía a diario a un hombre rubio de ojos azules y piel blanca. Siempre estaba de civil y le decían “Tigre”. Ese fue uno de sus secuestradores.
Daquino cree que lo ingresaron en un salón grande donde había otras personas. Ubicó el lugar arcano a la Escuela de Buceo, a pocos metros de la playa de la Base Naval. Allí estuvo por más de diez días encapuchado y sentado en una silla de playa de mimbre. Sabía que había otras personas por el ruido de la tos de algunos de ellos y porque supo identificar las distintas voces que pedían a los carceleros permiso para ir al baño. Calculó que había entre 40 y 60 personas, hombres y mujeres.
En el primer interrogatorio a base de picana eléctrica, Daquino sintió que había unas ocho personas. Dos le hacían preguntas y otros hablaban entre ellos. Le preguntaban por una camioneta que era de su padrastro y que él había usado para algunas reuniones con compañeros de la UES. También le pedían nombres de sus compañeros de militancia.
En una sola oportunidad pudo hablar con Ordóñez a pesar que estaba en el mismo lugar. Luego Daquino fue llevado a una celda individual. Allí permaneció hasta su liberación.
En el segundo interrogatorio le mostraron fotos de hombres y mujeres. No conocía a ninguna de las personas. “Eran fotos familiares, seguramente robadas en los operativos”, recordó el testigo.
Un día le dijeron que lo iban a liberar. Daquino preguntó si su amigo también salía y le dijeron que si. Lo subieron a un auto y lo dejaron atrás del cementerio de la Loma. Corrió hasta la casa de la mamá de Ordóñez y allí esperaron a su amigo que nunca volvió. Es un desaparecido más.
Daquino estuvo cuatro días en Mar del Plata y se fue a Buenos Aires. De allí a Brasil, su lugar en la actualidad. Daquino terminó la primaria en 1967. De aquella promoción de la escuela Normal recordó a Adriana Tasca, Fernando Yuri, Bernardo Ignace y Liliana Barbieri. Algunos permanecen desaparecidos y otros fueron asesinados en enfrentamientos fraguados.

“Tuve la percepción que no volvía nunca más” Cuando se llevaron a su padre en septiembre de 1977, Daniel Darío Ianni tenía 8 años. Vicente Saturnino era militante del Partido Comunista Marxista Leninista (PCML). Había comenzado su militancia en Berisso, en el Gran La Plata y tras el golpe de Estado y por razones de seguridad se mudaron a General Pirán, al campo de la familia Bourg.
Daniel Ianni declaró ayer ante el tribunal oral federal 1. Más de 30 años después, recordó el día que se llevaron a su padre. Sabe que fue un día sábado. Él, sus padres y sus dos hermanos esperaban a Raúl Bourg, a su esposa Alicia y sus hijos para comer un asado.
Ianni recordó un gran número de autos que se acercaron al casco de la estancia, entre ellos una camioneta roja. Bajaron muchos hombres, todos armados y vestidos de civil. Decían que buscaban a Raúl Bourg.
El testigo contó que entraron a la casa y revolvieron todo. Le preguntaban si su papá tenía armas. Encontraron un rifle de aire comprimido que tenía Ianni y comenzaron a disparar a dentro de la casa, en una demostración de poder y terror.
Después de buscar y no encontrar, decidieron llevarse a Vicente. El padre se acercó le dio un abrazo y le dijo que después volvía. A pesar de sus ocho años, Ianni supo que su padre no volvería nunca más.
Los secuestradores se fueron y luego volvieron, pero no trajeron a Ianni. Intentaron llevarse el tractor y le pedían a la mujer que les entregara la documentación de los autos y del campo. Después de algunos días, un compañero de militancia de Ianni padre sacó a los chicos y a la mujer del campo y los llevó otra vez a La Plata donde vivieron con sus abuelos.
El miedo duró hasta no hace mucho tiempo. No se podía hablar de lo que había pasado y había que evitar el tema. El matrimonio Bourg, amigo de los Ianni y dueños del campo, desaparecieron días después. El cuerpo de Vicente saturnino fue hallado en una tumba NN en el cementerio municipal de esta ciudad en 2007. Junto a él estaban otros dos compañeros de militancia: Eduardo Caballero y José Changazzo.

Por Federico Desántolo.

martes, 9 de noviembre de 2010

Audiencia Nº18, dia martes 9 de noviembre

Nunca vio, ni supo de detenidos en la Base Naval


El imputado declaró alrededor de una hora y media. No contestó preguntas de las partes, pero el cuestionario de los jueces lo incomodó. Negó las imputaciones y dijo desconocer existencia de detenidos desaparecidos en la Base Naval.
“A lo largo del ’76 y en los años siguientes no tuve ninguna vinculación directa e indirecta con los enfrentamientos entre militares y civiles”. Luego de una hora de exposición frente al tribunal oral federal Nº 1, el contraalmirante Roberto Luis Pertusio dijo lo que suelen decir casi todos los imputados a la hora de declarar.
Después de un cuarto intermedio de media hora, alrededor de las 13.30, Pertusio acusado de crímenes de lesa humanidad perpetrados en la Base Naval local, se sentó frente al tribunal. Un día antes, había pedido declarar.
De elegante traje gris, solo acomodó el micrófono para que su voz se escuchara clara y firme. Lo primero que dijo fue que una “fuerte carga emocional” que lo aqueja desde hace meses “había llegado a su punto más alto ante la posibilidad de declarar y que por tal motivo no respondería las preguntas de las querellas ni de las defensas”. Sólo aclararía las dudas de los miembros del tribunal. En resumidas cuentas contaría su versión de los hechos. Negaría cualquier relación con los delitos que se le imputan y resaltaría su profesionalismo como integrante de Armada argentina.
Tras escuchar de boca del juez Nelson Jarazo, los delitos que se le imputan -privación ilegitima de la libertad, imposición de tormentos agravada y homicidio calificado Omar Tristán Roldán y su mujer Delia Elena Garaguso-, Pertusio comenzó su declaración remontándose al año 1970 cuando fue enviado a Alemania para especializarse en el comando de submarinos fabricados en aquel país. El imputado se convirtió en un referente de la Armada en ese tipo de buques. Toda su carrera estuvo vinculada a ello. Su primer contacto con Mar del Plata lo tuvo en 1974 cuando lo trasladaron a la Base Naval local para asumir el comando del submarino Santa Fe. Aquí cumplió funciones hasta 1978. Aunque había solicitado su traslado a la Escuela de Guerra Naval, la superioridad creyó que era más útil en Mar del Plata.
El 24 de marzo de 1976, tuvo que viajar a Miramar con una comisión de oficiales a su mando para hacerse cargo de la intendencia de Miramar. Se encargó de aclara que su mandato de facto duró unos pocos días y que había otros grupos de la Armada que operaban en Miramar pero que nada tenían que ver con su funciones. Sin decirlo se refería a los grupos de tareas que secuestraron a hombres y mujeres en aquella localidad. El diseño operativo del golpe de Estado establecía que la Marina debía hacerse cargo de la represión y en las localidades costeras de esta zona.
El lunes pasado declaró en el juicio que se le sigue a Pertusio y a otros dos militares, Mónica Roldán, hermana de Tristán Omar Roldán secuestrado junto a su pareja Delia Elena Garaguzo, el de septiembre del 76. La mujer contó que su padre recibió varias cartas de distintos jefes militares que siempre negaban saber algo de la pareja. Entre esas cartas había una firmada por Pertusio. La misiva decía que la marina había realizado el operativo en el cual se llevaron todos los muebles y pertenencias de la vivienda en que vivían, Tristán y Delia, pero aclaraba que no habían realizado el operativo anterior, el del secuestro de la pareja.
Ayer, en su exposición de una hora y media, Pertusio intentó aclarar aquella situación. Primero, en una pizarra explicó el organigrama de mando de la Base Naval para dejar en claro que él como responsable de la Escuela de Submarinos era un compartimiento estanco con respecto al resto de las actividades de la Base Naval. Incluso dijo en varias oportunidades que su oficina estaba no menos de 300 metros de distancia del despacho del contralmirante Juan Carlos Malugani, jefe de la Base Naval local.
Con respecto a la carta que recibió la familia Roldán y que lleva su firma dijo que el responsable de esas líneas fue Malugani. Según el imputado, solo cumplió la orden que le dio su superior. Por eso “el encabezamiento dice “por orden del jefe de la Fuerza de Submarinos”, explicó Pertusio. Enseguida agregó que no tenía conocimiento de quienes eran Roldán y Garaguzo y qué les había pasado. Después de su declaración espontánea, Pertusio tuvo que contestar las preguntas del tribunal. Ante el requerimiento del juez Jorge Michelli, el imputado contestó que nunca vio detenidos desaparecidos en la Base Naval. Según sus dichos estaba pendiente de los submarinos y no prestaba atención al resto de la vida en la base. Además agregó que el edificio de la Escuela de Submarinos estaba alejada de los lugares que algunos testigos mencionaron como posibles sitios para alojar a los detenidos.
Tampoco se interesó por averiguar que le había pasado a la pareja Roldán Garaguzo. No quiso saber de que se trataban esos “procedimientos” de los que hablaban la carta que él mismo había escrito.
Pertusio encogió los hombros cuando le preguntaron si sabía que la Marina intervenían en esos “enfrenamientos entre civiles y militares” que habían mencionado minutos antes. Dijo que no sabía que fuerzas actuaron en la represión y tampoco sabe que grado de participación tuvo la Armada.
El se autoproclamó como uno de los principales estrategas en guerra naval que dio el país. Pero no sabía que la Marina era una fuerza de ocupación en su propio país.
Tampoco vio en todas las veces que recorría la base naval para ir a almorzar al edificio de oficiales, lugares restringidos a los que solo podía ingresar determinada oficialidad.
Ante las preguntas de los jueces la voz segura y clara del imputado se fue perdiendo. Cierta incomodidad se hizo notoria. Respondió que no se acuerda si le interesó que las fuerzas armadas detuvieran a hombres y mujeres. Replicó que la Armada había gastado mucho dinero y educación para capacitarlo en tareas operativas y que esas tareas eran su preocupación.
Por último, Pertusio dijo no recordar haber leído en los diarios locales noticias sobre detenciones de civiles que luego eran alojados en la Base Naval. Cerca de las tres de la tarde terminó su declaración y finalizó la audiencia.

Por Federico Desántolo
DECIMOSÉPTIMA AUDIENCIA .Día lunes 8

“Creo que es el día más reparador después de tantos años”.

Hermanos de Tristán Omar Roldán y Delia Elena Garaguzo, desaparecidos el 18 de septiembre de 1976 en la Base Naval declararon ayer ante el tribunal oral federal 1 y contaron lo que fue vivir después de aquel día.
Mónica Silvia Roldán fue la segunda testigo que declaró ayer en una nueva audiencia del juicio que se le sigue a tres militares por delitos de lesa humanidad cometidos en el centro clandestino de detención que funcionó en la Base Naval local durante la última dictadura cívico militar. La mujer ingresó con una caja color verde a la que se aferraba con las dos manos. . Se sentó frente al tribunal y antes de empezar a hablar acomodó sobre la pequeña mesa una foto con la imagen de su hermano Tristán y su cuñada Delia. Detrás de ella en los asientos destinados al público una gran cantidad de primos la alentaba en silencio.
La testigo contó que se enteró del secuestro de su hermano Tristán Omar Roldán y de su cuñada Delia Elena Garaguzo –también conocida como “Tali”-, por el dueño de la casa que alquilaba la pareja en Marcelo T. de Alvear al 1400. El hombre les dijo que la madrugada del 18 de septiembre de 1976 y grupo de personas armadas entró a su casa y le preguntaron por “Roldán y la chica rubia”. Fueron hasta el departamento del fondo. Luego se escuchó una ráfaga de disparos y el llanto de la mujer. Alejandro Scchiodini vio que se llevaban a Tristán con las manos atadas y encapuchado. A Delia que había sido herida en una pierna, la llevaba envuelta en una frazada.
Tristán tenía 19 años y Delia 21, ambos militaban en la Juventud Peronista (JP). Él trabajaba en la construcción. Ella lo hacia en la planta la Campagnola y estaba embarazada de tres meses.
Mónica recordó que al mediodía siguiente, tres camiones volvieron a la casa de Marcelo T de Alvear. Dos bloquearon los accesos en cada esquina y un tercero fue puesto de culata en la entrada al garaje. Se llevaron todos los muebles y las pertenencias de la pareja. Vaciaron la casa.
A partir de ese día comenzaron todos los intentos para saber donde estaba la pareja. Hubo cientos de cartas enviadas a todas las dependencias militares. La respuesta era siempre la misma: nadie sabía nada. Cada una de esas cartas y sus respuestas están en la caja verde que Mónica sujeta mientras declara. Allí también hay copias de habeas corpus, fotos y recortes periodísticos de aquellos años.
Mónica Roldán contó a los jueces Nelson Jarazo, Alejandro Esmoris y Jorge Michelli que después del secuestro de sus hermana y su cuñada, junto a otros familiares de desaparecidos conformaron un grupo para saber dónde estaban los detenidos. Se juntaban en la catedral local y trabajaban junto al padre Pérez, secretario del obispo de aquel entonces, monseñor Rómulo García.
En mayo de 1977, el grupo ya estaba organizado y Mónica concurría todos los días a recibir denuncias de familiares en la Catedral. Por ese motivo una patota que dijo ser de Coordinación Federal la fue a buscar a la casa de sus padres. Estuvo secuestrada durante 26 horas en la Base Naval. Supo que estaba ahí por el ruido de las olas que morían en una playa que sentía muy cercana. También reconoció la entrada a la repartición militar.
Allí fue interrogada dos veces. Los captores querían nombres y apellidos de las personas que formaban parte del grupo de familiares que buscaban a los desaparecidos. Ella le contestó que “los apellidos eran los apellidos de los chicos y chicas que tenían detenidos”. Ahí vino el primer golpe. Luego insistieron con lo mismo y ella respondió igual. Otro golpe.
En el segundo interrogatorio le preguntaron por su militancia en la Juventud Comunista. Cuando le pidieron otra vez nombres y apellidos comenzó a nombrar apellidos falsos. Otro golpe.
Al otro día le dijeron que la iban a liberar pero que la condición era que dejara de buscar a su hermano y a cuñada. Ella dijo que si como un mecanismo de supervivencia para lograr la libertad. Ayer aclaró que no fue una concesión de principios.
Antes de subirla al auto que la sacaría de la Base Naval, le quitaron la capucha. Mónica recordó que allí vio a la hermana de una amiga que también iba a ser liberada. Se sonrieron y después cada una fue subida a un auto.
Roldán mostró al tribunal y a las partes las cartas que recibió su padre de las autoridades de la Base Naval. La primera fue del contralmirante Juan Carlos Malugani, negaba que la pareja estuviera bajo su control. Otra la escribió el contralmirante Roberto Pertusio, uno de los imputados. Reconocía haber realizado el operativo de saqueo de los muebles de la casa de Roldan y Garaguzo pero negaba haber secuestrado a la pareja. Lo cierto es que el jefe del operativo del secuestro de la pareja se llevó la llave del departamento y a las pocas horas viene otro grupo con esa llave para llevarse los muebles.
En otra oportunidad, en una entrevista con el coronel Pedro Barda, el jefe de la subzona militar 15, culpó al papá de Mónica y Tristán diciendo que si hubiese cuidado mejor a su hijo nada de esto hubiese pasado.
Ante la pregunta de la querella: ¿Cómo siguió la vida después del secuestro de su hermano y su cuñada?. Mónica respondió: “la vida era la búsqueda. En el trayecto se fueron dejando proyectos personales”.
Mónica dejó la universidad y el dolor estuvo siempre presente en la familia. Se dejó de hablar de Tristán y Delia. Ayer recordó que nunca hablaron del embarazo de su cuñada.
La sala de audiencias estaba llena. La mayoría eran primos de Mónica y Tristán. La testigo les quiso agradecer su acompañamiento y apoyo. “Creo que es el día más reparador después de tantos años”. Después hubo aplausos.
Daniel Hugo Garaguzo fue el último testigo de la jornada. El hermano de Delia Elena contó que él se enteró del secuestro de su hermana en Lobería.
Él y sus padres vivían allí y Delia había venido a Mar del Plata a estudiar. En uno de los viajes que hacía al pueblo les contó que estaba militando en la JP y que estaba muy contenta. En los viajes siguientes se la veía preocupada. Daniel recordó que en la última visita de su hermana a Lobería, les contó que era perseguida y que no los visitaría más. También les pidió que ellos no fueran a verla.
Después supieron por sus abuelos que vivían en Mar del Plata que un grupo armado había ido a su casa a buscar a Delia pero que ella no estaba allí. A los pocos días se enteró del secuestro, de la balacera y de que su hermana había sido llevada herida
Garaguzo contó cómo desde ese día todo de desmoronó. Su padre viajaba a mar del Plata todo el tiempo para encontrar a Delia. Siempre estaba con el papá de Tristán de aquí para allá. Se perdieron. Descuidó el negocio y al poco tiempo se fundieron. Tuvieron que venir a vivir a Mar del Plata.
Un amigo de su padre, el capitán del Ejército Lamacchia, que cumplía funciones en el GADA 601 le dijo un día que no buscara más a Delia porque no la iba a encontrar y que se preocupara por los hijos que aún tenía. El golpe fue certero. El papá de Daniel se enfermó y al poco tiempo murió atormentado por no saber nada de su hija ni tampoco de su nieto. Aún hoy la mamá de Daniel vive con miedo. No sale de su casa y teme abrir las ventanas. Todavía creen que la vigilan.
El testigo lamentó saber que toda su familia e incluso él van a irse de este mundo sin saber que pasó con Delia y con su hijo.


“Si hubieran tenido la valentía de decir lo que hicieron”

Ana Menucci de Retegui busca a su hija desde el 19 de septiembre de 1976, día en que junto con otras dos amigas fueron secuestradas. Ayer por primera vez, después de 34 años, declaró ante un tribunal penal.
Retegui contó que desde el 76 pregunta por su hija. Consultó en todos los lugares y a todos: Ministerio del Interior, Cruz Roja, a la Iglesia y nunca obtuvo respuesta.
Frente al tribunal recordó que fue el padre Pérez, secretario del obispo Rómulo García, quien le dijo que Liliana estaba en manos de la Marina y que estaba bien. Que no le faltaba nada. Incluso le dijo que con ella había una chica que se la habían llevado de la casa en silla de ruedas porque tras un accidente estaba enyesada y que, en la Base ya estaba caminando. Se trataba de Ana Rosa Frigerio, una joven que luego aparece asesinada en un enfrentamiento fraguado. Cuado La mujer le dijo lo que había pasado con esa chica al cura, Pérez le respondió que a ellos, los militares, también les mentían. Retegui, se lamentó: “si hubiesen tenido la valentía de decir lo que hicieron. Eso sería lo más justo”.
Ana terminó su declaración y volvió a su lugar. Volvió a ponerse su pañuelo blanco y se sentó junto a sus compañeras, las otras Madres de la Plaza.



Desaparecidos frente a la escuela de buceo

Pablo José Arias desde 1968 formaba parte del club de buceo y del Club Náutico, por esa razón conocía todos los movimientos de la Base Naval. Así supo que después del Golpe de Estado de 1976 todo cambió. Había muchos hombres armados en las guardias y la dependencia de Buzos Tácticos estaba siendo reformada estaban construyendo una losa y sobre esa construcción había bolsas de arena con una ametralladora de gran tamaño.
A mediados de 1976 Arias fue seleccionado como estudiante de Biología, para hacer un curso de buceo junto a oros tres compañeros, entre ellos María Inés Dorio cuya hermana sería secuestrada en septiembre de ese año y alojada en la Base Naval.
Los militares desconfiaban del estudiante de pelo largo y barba. No entendían porqué estaba allí si ya sabía bucear. Cierto día, un sábado a la mañana, Arias estaba en el vestuario listo para salir a hacer las prácticas físicas y al salir hacía del interior de la Escuela de Buceo vio que en un camión había gente encapuchada y atadas de manos. Estaban siendo bajados del camión. En otra oportunidad vio que en la playa de la base naval a un militar que llevaba a una mujer encapuchada y atada de manos apuntándola con un fusil.
Haber visto eso le trajo serios problemas, los militares lo intimidaron y persiguieron. Su casa fue allanada pero a él no lo encontraron alguien le había advertido que no fuera a su casa. El miedo lo invadió. Incluso pensó en irse del país.
Una vez camino a la facultad vio que en el micro había una persona que lo seguía y de se dio cuenta que era una de esas personas de civil que había visto dentro de la Base Naval mientras hacía el curso de buceo.




Por federico Desántolo

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Las audiencias continuan el Lunes 8 y martes 9, ultimas audiencias.

audiencia Nº16, dia martes 2 de octubre.


El subjefe sabia de detenidos dentro de la Base Naval.

Se trata del odontólogo Gustavo Adolfo Hoffmann quien declaró ayer que el capitán de navío Justo Ignacio Ortiz sabía de la existencia de detenidos desaparecidos en ese asiento militar Un ex oficial de la Armada aseguró ayer que el capitán de navío Justo Ignacio Ortiz, imputado en el juicio por crímenes de lesa humanidad cometidos en la Base Naval, sabía de la existencia de detenidos desaparecidos durante la última dictadura cívico militar. Por su parte, la hermana de una víctima puso en crisis la declaración de un médico retirado de la Marina.
El odontólogo Gustavo Hoffman ingresó a la Base Naval como oficial asimilado a la Armada en febrero de 1975. Su función era atender al personal militar.
Además de sus tareas como dentista, Hoffman debía realizar guardias como oficial de servicio. Durante 24 horas era el encargado de que todo estuviera en pleno funcionamiento.
La primera vez que supo de la presencia de detenidos en la Base Naval fue en mayo de 1976 cuando en una noche de guardia fue hasta la cocina para cerciorarse que la comida para la conscripto marchara sin problemas. Uno de los cocineros le dijo: “tenemos visita”. El testigo aseguró que en e4se momento supo que al lado de la cocina había tres calabozos y que en esos calabozos había tres detenidos: Jorge Pablovsky, Pablo Lerner y José Musmeci.
Hoffman recordó que uno le dijo que era gremialista y los otros militantes de la Juventud Peronista (JP). Esa noche les llevó cepillos de dientes y unos libros para que se entretuvieran. Años después, uno de ellos fue hasta su consultorio para agradecerle lo que había hecho por él y sus compañeros.
También recordó que Pablovsky fue llevado un día encapuchado hasta el consultorio en el sector de sanidad porque le dolía mucho una muela. Hoffman tuvo que sacársela.
Tiempo después, en otra guardia, vio más detenidos. En esa ocasión había salido a la noche a recorrer el predio y vio que en un edificio que todavía estaba en construcción a varios oficiales armados. Cuando se acercó vio que en el interior había entre diez y doce personas con capuchas en la cabeza que tenían un número. Estaban sentados en semicírculo sentados sobre sillas de playa.
Al finalizar la guardia se reportó ante el capitán de navío Justo Ignacio Ortiz, segundo jefe de la Base Naval en aquel entonces. Ortiz le dijo que una de las funciones como oficial de servicio durante la guardia era ocuparse de que los detenidos estuvieran bien de salud y alimentados.
El testimonio de Hoffman deja ver sin fisuras que uno de los imputados en la causa Base Naval 1 tenía pleno conocimiento de la existencia de detenidos desaparecidos en la repartición a su cargo.
Hasta que se fue de baja, el testigo volvió a ver detenidos al menos dos veces más. Siempre encapuchados y maniatados. En una ocasión uno de los secuestrados le pidió que le averiguara si su novia estaba en ese lugar detenida. Hoffman preguntó uno por uno a los detenidos hasta que encontró a la mujer. Los llevó a un calabozo y allí la pareja pudo charlar por unos minutos y tal vez despedirse.
Cada vez que finalizaba una guardia, Hoffman reportaba las novedades a Ortiz, entre ellas, lo que ocurría con los detenidos desaparecidos.
Hoffman declaró que desde antes del golpe de Estado de 1976 ya había decidido pedir la baja porque no se sentía cómodo en la Armada. Por consejo de un superior decidió esperar unos meses. Un episodio, que le significó tres días de arresto lo ayudó a dar por finalizada su carrera como marino.
El testigo recordó que en uno de los pasillos del sector de sanidad, mientras hablaba con una mujer que estaba allí para realizar audiometrías a los oficiales, llegó un hombre herido y escoltado por tres militares armados. La mujer le preguntó si se trataba de un “guerrillero”. Hoffman evitó contestarle, pero igual fue en vano. Al día siguiente recibió tres días de arresto. Ortiz le dijo que había revelado secretos militares a una civil. A los 20 días, el testigo dejo la Armada para siempre.

Contradicciones

Liliana Iorio fue secuestrada junto a cuatro compañeras el 19 de septiembre de 1976. Dos –Nancy Carricabur y Stella Marís Nicuez-, lograron sobrevivir. Liliana Retegui, Patricia Lazzeri y Iorio fueron vistas por última vez en la Base Naval y continúan desaparecidas.
María Inés Iorio, hermana de Liliana, declaró ayer en la decimosexta audiencia del juicio a tres militares por crimen de lesa humanidad.
En el momento que Liliana fue secuestrada, maría Inés realizaba un curso de buceo en la Base Naval, lugar de cautiverio de su hermana. Ella y Pablo Arias, eran los únicos estudiantes universitarios que ingresaban a la Base Naval por aquel entonces. La testigo recordó que se sentía muy vigilada cada vez que iba a las clases.
Iorio les contó a los instructores de buceo lo que había ocurrido con su hermana y les dijo que quería abandonar el curso porque tenía miedo. Los hombres pertenecientes a la división de Buzos Tácticos le dijeron que no lo hiciera. A la semana siguiente, el teniente Julio Cesar Falké, jefe de inteligencia de la Base Naval y profesor de física en el curso de buceo, llamó a María Inés a su oficina. Le dijo que ella debía conocer a los amigos o compañeros de su hermana que debía traerle una lista con nombres o sobrenombres.
Después de dos semanas en las que trató de evitar a Falké, finalmente la testigo le llevó dos sobrenombres falsos para que no la molestaran más.
Iorio, también tuvo como profesor al médico especialista en medicina de buceo, Carlos Suárez, quien declaró el lunes pasado ante el tribunal que lleva adelante el juicio. Los dichos de la testigo hicieron tambalear las declaraciones del doctor.
Suárez aseguró que nunca vio detenidos desaparecidos en la base Naval y que en abril se había ido a Francia a realizar una especialización en medicina de buceo de gran profundidad. También dijo no conocer al teniente Falké.
Iorio declaró ayer que Suárez fue su profesor durante el curso que se realizó entre mayo y octubre por lo que el médico no pudo estar en Francia y mar del Plata al mismo tiempo. También aseguró que Suárez y Falké eran los profesores de las asignaturas teóricas del curso, por lo tanto, es muy difícil imaginar que no se hayan conocido o que no hayan mantenido una relación como docentes de un mismo curso. Antes dichas contradicciones el fiscal Daniel Adler se reservó la posibilidad de solicitar algún tipo de medida para Suárez, durante la etapa de alegatos.
María Magdalena Iorio, mamá de Liliana y María Inés, fue la segunda testigo en la jornada de ayer. La integrante de la Asociación Madres de Plaza de Mayo contó, con profunda emoción, el día que el cura José Luis Murueta –amigo de la familia y con contactos en la Armada-, le dijo llorando que a “Lilianita” la habían tirado al mar y que no había sufrido porque la había dormido con una inyección.
Ella no le creyó y le dijo que el no podía creer que la Armada argentina pudiera hacer eso con las personas.
Recién en democracia cuando se conocieron los testimonios de los sobrevivientes, María Magdalena supo que las palabras de aquel cura eran irremediablemente ciertas.
Por Federico Desántolo

martes, 2 de noviembre de 2010

Audiencia Nº 15 dia 1 de noviembre

“Espero que tengan la suerte de no
escuchar los gritos que yo escuché”

Dos ex detenidas desaparecidas contaron sus días en el centro clandestino de detención que funcionó en la Base Naval. Por su parte, un médico de la Marina fue citado hoy para ser careado con otro testigo



Liliana Beatriz Retegui, Liliana Iorio, Patricia Lazzeri, Nancy Carricabur y Stella Maris Nicuez fueron secuestradas por el grupo de tareas de la Base Naval el 18 de septiembre de 1976. Carricabur y Nicuez lograron sobrevivir y ayer declararon en una nueva audiencia del juicio oral que se le sigue a tres militares acusados de crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura cívico militar. Un tercer testigo, el médico de la Armada Carlos Daniel Suárez, quien fue contradictorio en sus dichos, fue citado nuevamente para que hoy sea careado con otro testigo.
Nancy Carricabur tenía 19 años cuando fue secuestrada junto a sus compañeras de vivienda del departamento ubicado en Don Bosco 865. El grupo de tareas entró al departamento y se llevó a las cinco estudiantes. Una sexta, Gloría León no encontraba esa noche en la casa y pudo evitar la captura. Hoy es la abogada querellante que representa a las familias de sus compañeras desaparecidas.
Carricabur contó que fue encapuchada con la funda de una almohada y subida a la parte trasera de un auto. Hasta mucho tiempo después de su liberación, el 24 de septiembre de 1976, pensó que había estado en el GADA 601, en Camet. Después supo que su lugar de cautiverio había sido la Base Naval local.
En el lugar fue identificada con un número de prisionero. Los días que estuvo secuestrada los pasó sentada en una silla de playa y por la noche acostada en un colchón. En la habitación había otras personas, hombres y mujeres. Recordó que sus compañeras Patricia Lazzeri y Stella Maris Nicuez estaban allí con ella. Las identificó por la manera de toser.
La testigo recordó que durante el primer interrogatorio le preguntaban por su nombre de guerra y que ella no entendía que se referían. Le preguntaron por la actividad política de sus compañeras de pensión y le mostraron sus documentos de identidad. Así supo Retegui, Dorio y Lazzeri utilizaban otros apellidos.
Carricabur aseguró que sus interrogadores le gritaban y la insultaban pero nunca la torturaron. Igualmente en su cautiverio supo por primera vez de la tortura. “Yo no sabía nada de la picana. No me entraba en la cabeza que un ser humano pudiera picanear a otro”. La joven que había llegado a la ciudad desde Río negro para estudiar dijo que escuchó a mucha gente que llegaba muy torturada después de los interrogatorios y finalizó: “Espero que tengan la suerte de no escuchar los gritos que yo escuché”.
El 24 de septiembre a la tarde Carricabur y Nicuez fueron dejadas en libertad. Les entregaron dinero para un taxi y las dejaron en distintos puntos de la ciudad. Antes de sacarlas de la Base Naval, uno de sus carceleros les dijo: “tuvieron suerte porque nadie sale vivo de aquí”. Liliana Beatriz Retegui, Liliana Iorio, Patricia Lazzeri continúan desaparecidas.
Stella Marís Nicuez tiene 56 años y es psicóloga. La madrugada del 18 de septiembre del 76 fue secuestrada junto a Carricabur y el resto de sus compañeras.
De sus días en el centro clandestino de detención que funcionó en la Base Naval recordó que estuvo junto a Nancy y Patricia Lazzeri, a quien los carceleros le habían puesto de sobrenombre “La Teacher” porque sabía inglés. Supo que en el lugar donde estaba detenida había otras personas. A su izquierda estaba Nancy carricabur y detrás “Pato” Lazzeri.
Nicuez recordó que Lazzeri había sido torturada porque un día después que se la llevaron para interrogarle volvió muy mal. No le querían dar agua –señal de que había sido torturada con picana- y tampoco podía hablar bien. Ese día fue la última vez que sintió que estaba en esa habitación después no la escuchó más.
Al igual que otros testigos que ya declararon en audiencias anteriores, Nicuez recordó a uno de los carceleros que le decían “El Cura” y que era quien le pedía a los detenidos que si querían hablar preguntaran por él.
Una vez liberada, Nicuez recibió la visita de un comisario inspector de la Policía Federal que intentaba saber cuales eran sus movimientos. Ese oficial fue quien les permitió a las dos mujeres poder irse de Mar del Plata y regresar a sus lugares de origen.


Memoria selectiva

El médico de la Armada Carlos Daniel Suárez es capaz de describir al detalle cada uno de sus días en Francia durante una especialización en medicina de buceo de gran profundidad entre 1976 y 77. Pero esa memoria prodigiosa se vuelve confusa y torpe a la hora de recordar a sus superiores en la Base Naval durante la última dictadura cívico militar.
Suárez tiene 70 años y ayer se sentó como testigo frente al tribunal compuesto por los jueces Nelson Jarazo, Alejandro Esmoris y Jorge Michelli. El doctor especialista en medicina de buceo no recordó que la repartición militar haya sufrido cambios después del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. Hizo referencia a una reunión de oficiales que se realizó en Puerto Belgrano, un mes antes del golpe, donde oficiales superiores cuyos nombres no recuerda les dijeron que las FF.AA iban a tomar el poder.
Aseguró que supo de detenidos desaparecidos luego de su regreso de Francia, recién en 1978. También supo de la existencia de un grupo de tareas que se encargaba de los secuestros y que estaba compuesto por buzos tácticos, pero no recuerda sus nombres.
Ante tantos problemas de memoria del testigo, el fiscal Daniel Adler solicitó que el Suárez sea citado para la audiencia de hoy donde podrá ser careado con otros testigos. El tribunal dio lugar al pedido de la fiscalía.

Por Federico Desántolo